Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Navidad, inocente navidad...

Hacía poco que había cumplido los ocho años y se acercaba la navidad. Como era lógico cada vez estaba más nervioso. Era un chico normal, ni más listo ni más tonto que los demás pero había algo que lo hacía distinto: era el único de todos sus amigos y conocidos que no lo sabía, no sabía el gran secreto de la navidad.

Él no llegaba a ser consciente de su ignorancia, pero sabía que algo se le escapaba. Todos cuchicheaban a su alrededor y cuando se acercaba callaban. Cada vez que le comentaba a algún amigo lo nervioso que se sentía al acercarse el día en que Papá Noel llegara a su casa con los regalos, no recibía más que respuestas vagas. Quizá era su propia ilusión la que lo hacía inmune a las dudas pero algo empezó a calar en él.

- Hoy casi no he dormido en toda la noche...
- ¿Y eso? ¿Otra vez han hecho ruido los vecinos?
- ¡Nooooo! es que sólo faltan dos días...
- ¿Dos días? ¿Para qué?
- ¡Para que llegue Papá Noel! Tengo unas ganas... ¡a ver si me trae lo que he pedido! ¿Y tú que le has pedido?
- Bueno... poca cosa.. ya sabes...
- Jo, tengo unas ganas...
- Oye, ¿tu ya lo sabes, no?
- ¿El qué?
- Pues eso.. lo de Papá Noel... que no es una persona normal...
- ¡Pues claro! ¡Es mágico! Pero me parece que los mayores no lo entienden...
- Eeeeh, sí claro, oye me voy. Ya nos veremos después de reyes, creo... oye, cúidate y si viene Papá Noel a tu casa, no intentes verlo. Dicen que no es bueno.

Y su amigo se fue, de golpe se había puesto serio y se iba arrastrando los pies y mirando al suelo. Se quedó un rato pensando pero recordó que sólo faltaban dos días, dibujó una sonrisa y salió corriendo hacia su casa.

Llegó jadeando, su madre ya tenía lista la merienda.

-¿Qué te pasa que vienes tan corriendo?
-Nada. Mamá, ¿sabes que mañana viene Papá Noel? Tengo unas ganas...

Su madre se quedó callada, sonriendo ante la ilusión de su hijo.

- ¿Mamá?
- Dime hijo.
- ¿Pasa algo con Papá Noel?
- ¿Porqué lo dices? - no le gustaba el cariz que tomaba la conversación.
- Porque los otros niños no tienen ganas de que venga, me parece que soy el único que tiene ganas...
- Alguno habrá que también quiera... - la madre ya se empezaba a preocupar.
- No, ninguno. Y todos cuchichean y no me cuentan de qué hablan.
- ¿Todos? ¿Estás seguro?
- Sí todos.

Ahora su madre ya estaba completamente alarmada y él lo notó. No quiso preguntar cuál era el problema, tampoco le dio mucha importancia, pasado mañana por la mañana encontraría los regalos y seguro que su madre se alegraría y jugarían todo el día.

Por la noche no pudo dormir. Se levantó muchas veces a beber agua, y otras tantas tuvo que ir al baño. En uno de sus paseos oyó a sus padres hablar en voz baja.

- Te digo que es el único que no lo sabe... es el último...
- Venga, no exageres, seguro que hay más, aún es pequeño...
- Que no. Estoy preocupada, no quiero que se entere de esto así... deberíamos decírselo...
- No seas inconsciente, si de verdad es el último en enterarse no podemos decirle nada... ya sabes lo que hay, no podemos quitarle la ilusión. Las consecuencias pueden ser catastróficas...
- (Llorando) Es tan pequeño...

Se marchó a la cama extrañado, no sabía cual podría ser ese gran secreto que hacía llorar a su madre... y no sabía qué podía ser lo que todos sabían y él no, pero se durmió casi enseguida, ya era bastante tarde.

El día pasó rápidamente, sus padres estuvieron con él en todo momento. Fueron a patinar, a visitar el mercadillo navideño de la Plaza Mayor y le compraron todos los dulces que pudo comer y alguno más... La tarde no fue peor, jugaron a sus juegos favoritos, ¡incluso su madre se atrevió con la consola! No se dio cuenta y ya estaba cenando. Su madre tenía los ojos rojos, había llorado. Su padre le miraba y le sonreía sin decir nada y él estaba pletórico, casi no cenó, ¡sólo quería irse a dormir para que llegara ya la mañana siguiente!

Su padre lo despidió con un beso y una sonrisa un poco extraña. Su madre lo arropó y le dio un beso en la frente.

- Sobretodo no te levantes de la cama, pase lo que pase... a Papá Noel no le gusta que lo interrumpan... - y una lágrima resbaló por su mejilla.

Pese a lo que parecía se durmió casi en seguida. Estaba agotado. Pero en un momento de la noche se despertó y oyó un crujido. Alguien andaba en el comedor casi de puntillas. ¡ERA PAPÁ NOEL! El corazón le golpeaba con fuerza el pecho, casi lo sentía en la garganta... Cerró los ojos con fuerza y se resistió, no quería levantarse, no quería enfadar a Papá Noel... Luego vino el silencio, se había ido... El chico estaba ya desvelado y los regalos probablemente le esperaban bajo el árbol. No perdía nada si les echaba un vistazo. Estuvo unos minutos pensando... seguramente sus padres se enfadarían, a estas horas hay que estar durmiendo le dirían. Pero sólo un vistacito, sólo mirar cuantos paquetes habría y sopesar alguno, claro, para saber qué había dentro... Luchó contra la idea unos minutos y cuando se convenció de quedarse en la cama y seguir durmiendo... se levantó de un salto y corrió hacia el salón.

Al entrar se fijó en el árbol y ¡bingo! dos montoncitos de regalos. Se acercó a tocarlos y vio que en un montón estaba el nombre de su padre, en el otro estaba el de su madre. Nada para él... y, tras pensarlo un poco, se dio cuenta de lo que había pasado ¡había interrumpido a Papá Noel! Se levantó corriendo para volver a la cama con la esperanza de que volviera a traerle sus regalos, pero al girarse... al girarse lo vio delante suyo, imponente, con el traje rojo, la barba blanca, los ojos con un brillo extraño y una mueca por sonrisa. El chico se quedó parado...

- O sea que eres tú el chiquillo inocente. El único que aún no conoce el secreto de la navidad. ¿Nadie te ha contado nada? ¿No te han dicho cual es mi secreto? - El chico negaba con la cabeza.- Bien pues te lo contaré, al fin y al cabo has sido bueno y te lo mereces; cada año Papá Noel, yo, reparte regalos a todos los niños y familias que se han portado bien. Pero nada es gratis, ¿verdad? - El chico asintió. - Hay que pagar, al fin y al cabo yo también debo comer... ¿verdad?
- Allí he dejado galletas...
- Bien, bien, lo único malo es que a mí no me gustan las galletas. Verás, tengo un trato con todos los mayores. Durante todo el año me encargo de los que se portan mal, por eso debes portarte bien... pero en navidad, también tengo mi regalo. - Se iba acercando cada vez más... - Y mi regalo, querido amiguito, es el último niño bueno de su generación que no conoce el secreto de Papá Noel.

Y sin terminar de hablar se abalanzó mostrando sus enormes colmillos sobre el pobre chico que no dejaba de gritar mientras su madre lloraba en su cuarto, su padre cerraba los puños con fuerza y los niños vecinos mantenían los ojos tan cerrados como podían sin mover ni un solo músculo y sin, casi, atreverse a respirar.


Fantasma

sábado, 15 de diciembre de 2012

El final del túnel

Hace tiempo que no duermes por las noches, pero por el día te mueres de sueño en cualquier rincón. Eres incapaz de prestar atención a nada más de dos minutos. Te cuesta pensar con claridad, casi no recuerdas como empezó todo ni como ha llegado a este punto y, la verdad, tampoco hace tanto.

Hubo un momento que pensaste que aún eras joven, salías, te divertías y trabajabas. Dejaste los estudios, ya habría tiempo y ahora querías un sueldo en el bolsillo. Ahorraste, te fuiste de casa de tus padres y empezaste una nueva vida. Y, ¿qué sería la vida sin pequeños caprichos? Un buen televisor, cine cada semana, copas y algún viaje, ¿quien dijo que no se podía ser feliz? Encontraste pareja e hiciste planes, muebles nuevos, pintura y algún arreglo, tu casa era uno de tus orgullos, el coche no podía ser menos. Y no lo era, tanto que no era uno, eran dos, os hacían falta para ir a trabajar, a los dos, era el precio a pagar para poder ir y venir del trabajo en veinte minutos y no en hora y media, pese a todo la gasolina no era tan cara. Empalmabas un trabajo con otro, no había oficio pero sí talento, algo saldría siempre.

Pero algo pasó. Un día se acabó el contrato y no había otro esperando. No desesperaste, subsidio de paro mediante, seguirías. Tu pareja trabajaba y seguisteis, no os preocupasteis. Dos, tres meses y un trabajo, ¿ves? todo sigue igual. Pagaban un poco menos, pero lo importante era seguir trabajando.

Llegó el primer hijo, todo eran alegrías, no faltaban motivos. En poco tiempo el segundo y el tercero casi seguidos Total, el gasto gordo ya está hecho, sólo había que comprar el "mantenimiento", pañales, leche, papillas, no pensaste en ropa, guarderías ni vacunas "recomendadas pero no subvencionadas". No pasa nada, la casa es fuerte. Te ofrecieron horas extras y ni te lo pensaste. No veías tanto a tu familia, pero el fin de mes era muy holgado, compensaba. Tu pareja perdió el empleo.

Le dijiste que no había problema, tú seguías y al fin y al cabo su subsidio allí estaba mientras no encontrara nada. Tú seguías mirando ofertas de trabajo, siempre se puede mejorar, ¿no?, pero no había nada. Lo poco que veías no te compensaba, pagaban igual o peor. No pasa nada, seguro que tarde o temprano sale una buena oportunidad. Y tu pareja encontró empleo. Pagaban poco y el trabajo era duro, pero te mantenía en el circuito, luego le pidieron quedarse, sólo es un día y hay que quedar bien. Estabais de acuerdo, un pequeño esfuerzo y pasamos la mala racha. Perdéis el empleo ambos.

Intentaste mantener la sonrisa, hay que mantener el ánimo. Pero la casa se te caía encima pese a la alegría de ver a los niños y a tu pareja a todas horas. Entonces pensaste en tus estudios, pero no podías retomarlos, no estarías tanto tiempo en paro y empezaste con los cursillos de formación, así tendrías más oportunidades. Te llamaron para un trabajo, cobrabas menos que estando en paro, pero me mantengo activo y en la ETT lo valorarán. Duró dos semanas, buenas palabras, si sale algo más te llamaremos, estamos muy contentos contigo. El fin de mes ya no era tan holgado.

La hipoteca te subió, tu índice de revalorización era anterior al estallido de la crisis. La gasolina también, al menos ya no necesitabas tanto el coche. Siempre pensaste que los impuestos son buenos, construyen hospitales y escuelas, pero te duelen. Duelen cuando suben y tu calle ya no la asfaltan. Duelen cuando ya no te subvencionan los libros del colegio, educación gratuita, ¡y una mierda!. La comida no baja y la electricidad aún sube más. Te cuesta mantener la sonrisa, pero sigues adelante, si me es más llevadero a mí será más fácil para los niños. Pero llega el verano.

El mayor quiere ir a la playa, los pequeños también. Vais, te lo puedes permitir, pero allí no se puede comer fuera, ni siquiera un día. Quitas a tus hijos la comida veraniega en un fast-food, no se puede todo, es temporal. Y miras la televisión. Coches oficiales, teléfonos nuevos y grandes sonrisas dentro de trajes a medida, y encima votan que no se bajan el sueldo y que seguirán viajando en primera clase. No lo entiendes y cada vez le das más vueltas.

Sales a pasear con tu familia, es noche de verbena, te piden petardos y no te puedes negar, quieren subir a las atracciones, es fiesta mayor y un día es un día, pero son menos viajes que el año pasado, los niños no se quejan, parece que lo entienden, y eso, en lugar de relajarte, te quema aún más por dentro, son niños, no deben tener que entender de esto. Te llega una carta de la oficina de empleo, tu pareja ya la recibió hace unas semanas, te reducen el subsidio, llevas demasiado tiempo chupando de la teta y el estado dice que espabiles y encuentres trabajo.

Vas a entrevistas, cada vez menos, ya estás en esa edad, y el perfil... ahora se piden doctorados para barrer, pasará, es cuestión de tiempo. Pero reduces los gastos. Ahora la nevera está llena de marcas blancas, la comida es un poco más..., bueno, no es todo tan malo. Decides dejar los "extras", de vermut en casa nada, el cine es una quimera, bebes agua casi en exclusiva y el café ahora es muy de vez en cuando.

Tus hijos crecen, necesitan más ropa y quieren cromos, libros y juguetes, no los puedes defraudar. Pero empieza a costarte más sonreír, y necesitas cada vez más ese café con los amigos, necesitas distracciones y ves más la tele. Y lo que ves no te gusta. No te gusta el indulto fiscal. No te gusta el copago sanitario. No te gusta que hagan falta mareas verdes, blancas y naranjas. Hablas con la gente, pero sigue sin gustarte la demagogia, pero te molesta que un político coloque a su familia a dedo, pero crees que es posible que sea gente preparada. Pero te molesta que se justifique la corrupción, y los sueldos vitalicios, las dietas y que se favorezca a grandes fortunas.

Llevas el pelo largo y cada vez repites más ropa, te duele comprarte unos pantalones o unos zapatos. Ya no te compras nada, tu pareja ya no tiene subsidio. Ha bajado la hipoteca, pero no suficiente, tranquilo, seguro que mejora, algo va saliendo. Ya no se comen tres platos en casa. Plato único y una pieza de fruta, a veces ni eso, no tienes hambre. Los niños ya no dejan comida, el plato ya no desborda. Te levantas, vas a la nevera y te deslumbra una luz blanca en un espacio diáfano, está casi vacía. Te desmoralizas más, no creíste que fuera posible.

Ves la tele. Sonríen y cierran hospitales, te dicen que tienes que esforzarte más, que saben que es un sacrificio muy duro, pero que es necesario. El que te lo dice tiene tres sueldos millonarios, y habla de sacrificios.

Miras a tus hijos dormir y sabes que no se lo merecen, quieres que sean felices y te esfuerzas en parecer alegre. No hablas de ello en casa, pero tienes un nudo en la garganta. Algo te impide reaccionar, algo negro te acecha y tu vida se resiente. No querías que te afectara, pero saltan chispas, con tu pareja, con tus amigos, con tus hijos. No ves salida al final del túnel. No quieres ni ver la televisión, no tienes fuerzas ni para indignarte. Y la última carta te abre los ojos. Es de tu aseguradora. Tu seguro de vida sube la prima para el año que viene.

Es para la hipoteca, pero será un gasto menos para tu pareja.

Fantasma


martes, 4 de diciembre de 2012

Ladrones de cuerpos (II)

Despertó con el sol apuntando ya en el horizonte. Él sólo veía un rectángulo azul. Aún estaba dentro de la tumba y le costó recordar por qué. Lentamente las brumas que cubrían su mente empezaban a disiparse y, entre ellas, una imagen... Dio un salto al recordarlo, se apretó contra una de las paredes del sepulcro con la mirada nerviosa fijada en los bordes de la tumba. No quería moverse, no se atrevía. Casi esperaba girarse y ver a esos seres de nuevo, mirando.

Nunca supo cuanto tiempo estuvo mirando al cielo, bloqueado, pero empezó a oír voces, voces humanas ¡¡que entendía!! Poco a poco se incorporó y observó fuera de la tumba. El cementerio era un hormiguero, un montón de policías y varios tipos con traje que lo miraban todo un poco retirados, menos uno, había uno, un tanto menudo, que estaba en cuclillas, mirando el suelo con mucha atención.

Fue este hombre menudo quien reparó en él. Se acercó la tumba sonriente mientras él salía.

- ¡Hola! ¿Está bien? Parece sorprendido, supongo que usted es el vigilante nocturno, ¿verdad?

Él no podía más que afirmar con la cabeza, no sabía qué hacer o decir... aún estaba tan confundido...

- Será mejor que se tome un café o algo, en unos minutos querría hablar con usted, ¿cree que podrá? - en este punto el semblante del hombrecillo era un poco más serio. Le dio un golpecito en la espalda y llamó a un policía de uniforme que lo acompañó a la garita.

Allí se sirvió un poco de café caliente de un termo que le acercaron, el suyo no estaba por ningún sitio... y agradeció una manta que le pusieron por encima, sus riñones ya no eran jóvenes y una noche entera a la intemperie se estaba dejando notar.

Media hora más tarde apareció el hombrecillo y despidió a los dos uniformados que estaban con él. Uno se había portado bien, era simpático, el otro no había abierto la boca, no paraba de mirarlo de reojo ni de fumar nervioso. Al salir el simpático se despidió con un gesto amable mientras que el otro lo miró, sin levantar la cara, y salió como con alma que lleva el diablo, casi empujando a su compañero.

- No se lo tenga en cuenta, aún le cuesta entender según qué cosas y tiene miedo.

- ¿Miedo de qué?

- Ya lo sabe. De lo que ha visto usted esta noche.

- Yo no he visto nada.

- Vamos, usted ya sabe por qué estamos aquí, qué es lo que buscamos y que sabemos lo que vio anoche.

- Me caí en una tumba. Estaba oscuro y no la vi.

- Román M. Hernández-Junquera - consulta sus notas - enterrado justo ayer. Es raro que usted pudiera caer en una tumba ocupada.. y debidamente cerrada, ¿verdad?

- Oiga yo no quiero líos... Y no sé quien es usted.

- No se preocupe, no los va a tener, y yo soy alguien que ha venido con la policía, que está al mando de todo y pide su colaboración y discreción en todo este asunto. Así pues, ¿puede contarme qué pasó anoche?

- No... no lo recuerdo bien... Terminé de cenar sobre las doce de la noche y oí un ruido, fuera, era en la calle... siete, en la zona nueva, donde enterraron ayer al otro... Cogí un palo que tengo para auyentar chuchos callejeros y la linterna grande para asustarlos, yo no suelo llevar más que una de bolsillo, me manejo bastante bien sin luz... bueno. Llegué al sitio de donde venía el ruido y vi a un par de tipos sacando el ataúd del nicho, me pareció que era el recién enterrado, llevaba la linterna apagada por si no eran perros y poderlos pillar con las manos en harina, pero fueron rápidos, ni siquiera los vi... pero oí como hablaban, era raro, pensé en extranjeros... corrí tras ellos pero se separaron, seguí al que tenía más cerca... Se fue a la zona vieja, la de las tumbas en el suelo, y allí lo perdí, paré un momento para recuperar aliento y ver si lo veía de nuevo cuando algo me empujó dentro de la tumba, no lo vi venir...

- ¿Algo?

El vigilante miraba al suelo, levantó la vista hacia el hombrecillo y tragó saliva.

- Cuando me tiró no lo vi, pero luego, cuando estaba ya dentro... me giré, ¿sabe? y lo vi, y me miraba, yo no me lo creía, pero... no estoy loco, ¿sabe? Sé lo que vi, pero no era... pensé que podría ser un disfraz, pensé que la luz de la luna me engañaba, ¿sabe? A veces ves las lápidas desenfocadas, no calculas bien, ¡y yo me había dado un golpe!

- Dígame, ¿qué vio? - casi susurraba.

- No era de este mundo, lo vi y me desmayé, pero me pareció una eternidad... Lo vi perfectamente, tuve tiempo de verlo y pensar... "no sé qué coño estoy viendo"... Tenía los ojos grandes y negros, sin el blanco ni iris... la piel, era blanca, grisácea... sin un sólo pelo, ni en la cabeza, ni cejas... tampoco parecía  llevar ropa... y las manos... dios ¡eran como de un demonio! Dedos largos y finos con uñas larguísimas... me miró, parpadeó dos veces y se fue. Ya no recuerdo nada más hasta esta mañana que ustedes ya estaban aquí.

- No se preocupe, es lo que imaginaba. Como comprenderá no debe decir nada a nadie de lo ocurrido, oficialmente emitiremos una nota echándole la culpa a alguna secta satánica, como siempre. Oiga, supongo que sabrá que nosotros no somos policías normales, y que debe creerme si le digo que no debe preocuparse, de verdad, sé de lo que hablo.

- ¿Sabe quienes son?

-No, en realidad no. Pero conocemos varios tipos de encuentros y de seres que participan en ellos y usted ha visto a unos que solemos llamar "samaritanos grises". Roban cadáveres frescos o, a veces, animales pequeños, suponemos que para estudiarlos. Nunca hacen daño a nadie, y cuando se defienden, como ha sido esta noche, se aseguran de que el contactado no sufra ningún daño. Será difícil que vuelvan por aquí, pero si lo hacen tenga por seguro que no le harán ningún daño.

Dicho esto, el hombrecillo se levantó y se fue. Fuera ya no quedaban policías y se acercaba la hora de la llegada del relevo. Le habían dicho que callara y no dijera nada; les haría caso, no quería ser el hazmerreir del cementerio.
__________________________________________________

Pasó un mes. Casi había olvidado el incidente y ya podía dar rondas de nuevo sin mirar por encima del hombro contínuamente. No le había contado nada a nadie, ni siquiera a su familia. Oficialmente una secta satánica, ya detenida, era la culpable de todas las profanaciones.

Cenaba. Abrió el termo y se tomó su café. Todo tranquilo y en silencio. Por primera vez en muchos días se relajó. Repaso al periódico y ronda al canto. Hoy había habido un entierro en un nicho viejo, tenía que revisar de nuevo el cemento por si el encofrado antiguo se hubiera resquebrajado.

La noche era serena, sin nubes y ya no tan fría. Se dirigió hacia el nicho con el ánimo alegre, observando el perfil de los sepulcros contra la luz de la luna, incluso se animó a canturrear mientras encendía un cigarrillo.

Llegaba ya a la calle cuando un estruendo le heló el corazón, sintió un escalofrío recorriendo su espinazo. Masculló una maldición y salió corriendo hacia el lugar de donde había provenido el ruido. Cuando giró la esquina no pudo dar crédito a sus ojos.

Había parado en seco. La boca medio abierta y el cigarrillo aún apagado cayó al suelo. No podía creer lo que veía. El corazón le golpeaba el pecho con fuerza, sudaba y estaba a punto de desmayarse de nuevo, un hormigueo recorría sus extremidades y lo mantenía paralizado.

Allí estaban ellos de nuevo, hoy los veía claramente. Eran altos, no muy corpulentos y, por lo que veía, tampoco demasiado fuertes. Habían extraído el féretro recién enterrado en un tercer piso, pero se les había caído. El ataúd había resistido bien el golpe, pero había atrapado a uno de los... alienígenas o como se llamaran. El otro forcejeaba para levantar el muerto y liberar a su compañero, pero ahora estaba quieto. Sin duda estaba evaluando la situación. Lo miraba fijamente, aún encorvado, y, seguramente, tratando de decidir si seguir allí o salir corriendo abandonando a su amigo.

Pasaron un par de segundos, los tres quietos, pero el de la pierna atrapada se quejó, parecía un lamento genuino, y eso le bastó para decidirse. Tiró el chuzo que llevaba y se dirigió hacia los dos seres. Por señas indicaba al que estaba libre que se pusiera en el extremo opuesto del lugar donde estaba el otro.

- ¡Venga!, ponte ahí, y cógelo, levanta a la de tres. ¡No!, ¡no te agaches ahí! Cógelo y levanta, ¡ahora!

No sabía si el extraterrestre le entendía o no, le señaló de nuevo el lugar donde debía ponerse y el rodeó el ataúd agachándose para coger él el otro extremo. Pareció entender puesto que le hizo caso, sin dejar de mirarlo fíjamente. A su señal levantaron el féretro y liberaron al que estaba en el suelo. Una vez levantados hizo ademán de dejar la carga en el suelo, pero el alienígena miró a un lado, como señalando y vio una especie de carro metálico. Llevaron el ataúd y lo dipositaron encima. Mientras se secaba el sudor vio como el extraterrestre se acercaba a su compañero y lo ponía de pie. Cojeaba y se quejaba, intentó ayudarlos pero le dieron a entender que no, que los dejara. Se apartó y retrocedió, levantó una mano y se despidió. Volvió a su garita sin ser consciente aún de lo que había pasado.

Una vez en la garita se sentó y pensó con la mirada perdida. Probablemente volverían por la mañana los policías con el hombrecillo, y no quería dar más explicaciones. Se dirigió al cuarto de mantenimiento y salió con un cubo de agua, un saco de cemento, una paletina y una gaveta. Sólo podía hacer una cosa. Se dirigió de nuevo a la calle del reciente exhumamiento. No había ya rastro de los dos extraterrestres y se afanó a colocar de nuevo la lápida, por suerte estaba entera aún y pudo disimular lo ocurrido. Cuando terminó el sol ya empezaba a despuntar, recogió y, al salir del cuartito de mantenimiento recibió el segundo susto del día. El hombrecillo con un par de policías lo observaba.

- Buenos días, qué tal la noche. ¿Alguna novedad?

- Lo de siempre, gatos tirando jarrones y un perro que debió quedarse encerrado aullando toda la noche, aparte de eso nada.

Se había quedado mirándolo a los ojos fíjamente, ya debía saber que mentía. Entró un policía y habló al oído del hombrecillo.

- ¿Ha pasado algo raro? ¿Algo con el enterramiento de ayer?
- Nada que yo sepa. - Respuesta quizá demasiado rápida.
- Pues parece que el cemento aún está fresco, como recién puesto. ¿Tiene algo que decir?
- A veces hay que repasar el cemento por la noche, sobre todo si no se ha puesto suficiente o si hace demasiado calor. Además las noches húmedas no ayudan a secar...
- Y si abro el nicho, ¿qué cree que me encontraré?
-Un muerto, supongo, yo no lo he enterrado, pero supongo que enterraron a alguien...
- Entiendo. No sé a qué juega o qué cree que está pasando. Pero lo voy a dejar en paz. Al menos de momento. ¿No sé si me entiende?

Él no contestó. Se limitó a mirarlo fíjamente, hasta que hizo un gesto y se fueron todos. No veía la hora de irse a casa.

__________________________________________________

Pasó una semana y él estaba más tranquilo que nunca. Hacía días que lo dominaba una paz y una alegría desconocidas. Era viernes y su hijo se ofreció a acompañarlo un rato en la garita. Tenía que estudiar y la tranquilidad lo ayudaba, no era la primera vez.

Habían cenado y el chico repasaba con sus libros mientras él hojeaba el periódico cuando, al levantar la vista, lo vio por el ventanuco de la garita. Estaba de pie, al borde de la luz que salía de la puerta. A tenor del bulto envuelto que llevaba en la pierna debía ser el que se había quedado atrapado.

Él salió a la puerta, extrañado y con cierto temor, más por su hijo que por él mismo. Al ver a su padre levantarse, el chico levantó la cabeza y también lo vió, salió detrás de su padre. El ser miró al chico y volvió a mirar al vigilante. Extendió un brazo y tendió lo que parecía ser una hoja de papel. El hombre se adelantó y cogió el papel sin dejar de mirar a la cara del alien. Volvió junto a su hijo y miró el papel. Estaba escrito:

Venimos de muy lejos sólo para conocer otros mundos y otras formas de vida. No deseamos hacer ningún daño a nadie. Nadie nos había ayudado antes. Nuestra gratitud y nuestra amistad. Gracias.

Se quedó sin aliento, su hijo le quitó la nota y la leyó quedándose boquiabierto. No sabía nada, su padre no había dicho nada, ni a los más allegados, de pronto lo oyó decir con un hilo de voz:

-Gracias a vosotros.

El extraño ser pareció erguirse un poco más y se llevó el puño al pecho para luego simular un golpe en su mentón, inclinó su cabeza y se dio la vuelta. Entonces el chico comprendió el peligro al que se exponía sólo para llevar una nota de agradecimiento a su padre, casi sin pensar, recogió sus libros en la cartera y, corriendo, se puso delante del ser que se paró sorprendido al verlo. Le tendió la mochila y le dijo:

- Es secundaria, no es gran cosa, pero espero que os ayude.

El ser lo miró, un poco desconfiado, luego a la cartera y. al final, pareció entender. Cogió el macuto, inclinó su cabeza y se fue, andando, hasta desaparecer entre las sombras.

Fantasma