Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

miércoles, 23 de enero de 2013

Odio. Rabia


Odio, odio y más odio. Eso es lo que siento. Ganas de romper, de reventar, hasta de matar, ¿porqué? No me lo preguntes. Ni yo mismo lo sé. Tan solo sé que siento dentro de mí una rabia insostenible. Una rabia que me muerde y no me deja vivir. No puedo parar. Quiero gritar. Quiero que me oigan. Todo me hace saltar... ¿es que no parará? No me preguntes nada gritaré. No me des nada, lo romperé. No me quiero tranquilizar, quiero destrozar. Me quiero desahogar. La destrucción ahora es mi máximo objetivo. Quiero devolver todo el daño que me han hecho. Tengo que reparar mi sufrimiento. La amargura se cura con violencia, el dolor termina con la muerte. Tengo que coger a alguien entre mis manos y asfixiarlo, chafarlo. No quiero que viva. Quiero demostrar que soy capaz de hacerlo, quiero hacerlo. Quiero demostrar que soy el mejor, porque lo soy, que la fuerza que me corroe por dentro me hace ser el más fuerte, más fuerte que nadie. No quiero parecer tranquilo, no estoy tranquilo. Quiero arañar. Tengo que mantener la rabia, pegadme: os odiaré, escupidme: no tardareis en morir, torturadme: todavía no habléis sentido el dolor que os infligiré. Sólo así lo podré arreglar. No quiero dioses piadosos. No quiero ángeles salvadores. No quiero demonios maléficos. Yo soy el Mal. Yo soy diabólico, maquiavélico. Quiero torturar, ¡sí!, ver sufrimiento en la mirada de los otros. ¿Quien? Todos. De todos me vengaré, no quedará ninguno vivo. Ni uno. Ni tu no te salvarás si te atreves a interponerte en mi camino. Sufrirá todo aquel que se interponga entre mí y mi Mal, hasta aquel que esté a mi lado. Quiero oírlos gritar de dolor... quiero segarles la vida lentamente, sin prisa con crueldad. Eso me divertirá: martirizar, cortar, pegar... vaciar ojos, destrozar sexos, arrancar uñas... hacer daño, dolor, es lo que me ayudará a sentirme mejor. Pero no, no quiero sentirme mejor, quiero sentir dolor, quiero que me hagan daño para tener más rabia dentro de mí, quiero que me maten para poder matar, quiero torturar para reírme de su sufrimiento, quiero... Quiero vejar, quemar, reírme de ellos, de su sufrimiento. Con mi propio estilo, brutalmente, sintiendo su dolor bajo mi piel, oyéndolos pedir misericordia, para que aprendan a a no hacerme daño... No quiero compasión, no quiero pena. No quiero ni tan siquiera compadecerlos, no quiero sentir pena por nadie. Lo que quiero es que mi rabia se vea saciada. Quiero verlos morir, lentamente, con sufrimiento, sin prisa. Así verán que soy capaz de morder. saltar, escupir, arañar. Sabrán que yo también puedo ser cruel, Sufrirán de una forma inimaginable, porque no se lo imaginan. No saben que los odio. Hace tiempo que los odio, no saben cual será su final, pero pronto lo sabrán. Serán humillados, su honor desaparecerá bajo el peso de las cadenas sucias por su propia sangre, aquella que un día llenaba sus venas. La lamerán. Intentarán aferrarse a una vida que ya no les pertenece, porque yo se la habré robado. Y se la robaré para que a mí me dé fuerza para seguir luchando y para alimentar mi rabia. Una rabia que nunca morirá porque la alimentaré siempre, nunca acabará. Ni siquiera cuando todos hayan pagado por su culpa. Cuando ya no quede nadie... cuando ya no quede con quien disfrutar, a quien vejar, a quien martirizar, a quien torturar... Entonces mi rabia será infinita y la emprenderá contra su propio creador, su responsable será el último en sufrir sus consecuencias. Se volverá contra aquel que no la puede sobrevivir porque es anterior a ella, aquel que es su causante. La rabia será el último vestigio de un mundo que desaparece por mi propia rabia.
Venganza. Venganza es su nombre.



domingo, 6 de enero de 2013

Navidad, jodida Navidad

Llevaba tiempo queriendo dejarlo pero no podía. Se lo había prometido a sus antiguos compañeros. Había prometido que no lo dejaría, que mantendría la tradición, año tras año, como habían hecho siempre desde que el mundo es mundo.

Pero ahora le pesaban los años, se sentía viejo y solo. Y, lo que era peor, no se sentía valorado. Sentía que su esfuerzo no se tenía en cuenta y que ya nadie se lo agradecía. Es más, lo que al principio fue una alegre iniciativa de tres amigos que sólo perseguían un bonito ideal, ahora era una obligación anual que tenía más de exigencia que de agradecimiento.

Mientras iniciaba el reparto pensó en los primeros años. En aquel momento repartían a todos los niños y, luego, esperaban ansiosos a verlos abrir sus regalos. Las caras de ilusión y alegría los mantenían vivos hasta el año siguiente. Una muñeca de trapo, un coche de madera, unas alpargatas o un patinete eran las ilusiones de niños acostumbrados a una vida dura que luego trataban tan preciadas posesiones con un cariño y una dulzura jamás imaginados. Pero ahora no. Las listas de peticiones cada vez eran más largas y el consabido traed lo que podáis había desaparecido incluso de las cartas de los más inocentes. Consolas de última generación, ordenadores o teléfonos nutrían ahora los deseos de los más pequeños. Los mayores habían dejado de desear salud, dinero y amor para ellos y sus más queridos para integrar en su carta el último grito en televisiones, otro teléfono móvil o unas tetas nuevas para hinchar las que tienen más a mano porque ya se les ha quedado pequeñas.

Recorría las calles lánguidamente, casi sin recordar la alegría con la que antes habían recorrido esas mismas calles de las grandes ciudades, maravillados de conocer aquellas grandes colmenas que, de alguna forma les facilitaba el trabajo. Melchor estaba entusiasmado, Gaspar recelaba demasiada gente y demasiado junta, los problemas no tardarán en aparecer. Y acertó.

Una media sonrisa aparece cuando en una ocasión la policía les dio el alto porque alguien había denunciado a unos tipos merodeando el edificio. Les costó ser liberados, el tiempo que al agente le costó comprender que "esos señores no tenían documentación ni podían tenerla". Fue una buena época. También el coñac lo era, había corrido la costumbre y ellos no podían hacer el feo de rechazar la copa.

Gaspar cayó en seguida. Coincidió con una ola de infantes descreídos y de reclamaciones por no conseguir lo deseado. Entonces se equivocaron más. Intentaron culturizar, explicar que si no portaban bien durante el año no tenían derecho a la plena satisfacción...

Y los mayores les dieron la espalda. Todo el año trabajando y poniendo el culo para que lleguen estos y quieran darme lecciones... Gaspar no lo soportó, era el más anciano. Se suicidó un ocho de enero. No soportó la ola de devoluciones, intercambios y de exilios al fondo del armario para aquellos regalos entregados con la máxima ilusión. Melchor no lo superó. Un par de años no salió al reparto, al tercero lo hizo, pero al pasar cerca de una ventana oyó a un niño quejarse y maldecir, la consola no había llegado. Quedó destrozado por dentro, tanto que no vio venir al primer autobús de la mañana. Un perturbado borracho se tira a las ruedas de un autobús, el titular tampoco ayudó pero había que seguir.

Y durante mucho tiempo ha seguido él solo. Ha aprendido a hacer su trabajo nocturno y no escuchar las voces infantiles que a la mañana siguiente ponen en valor el esfuerzo realizado, tampoco quiere, la ilusión le ha abandonado.

Termina su reparto pronto, ya no disfruta con ello, por lo tanto no se recrea en las casas mirando la decoración, disfrutando del pedazo de roscón que le han dejado o acariciando el pelo de aquel niño que casi se despierta. No. Ahora entra, deja los paquetes y sale, quiere irse a casa.

Y se va. Está andando de camino a casa, sólo quiere llegar, quitarse la estúpida ropa que lleva y meterse en la cama, a llorar en silencio su soledad. Está ensimismado en sus pensamientos cuando oye una voz detrás suyo:

- ¿A dónde crees que vas vestido así, negro de mierda?

Fantasma