Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

martes, 20 de agosto de 2013

Me enamoré de una sirena

sirena
Sí, me enamoré de una sirena y viví con ella en el fondo del mar.

Todo empezó, como no, un día de verano. Un amigo me convenció para ir a pescar. A mí el mar nunca me entusiasmó y pescar me parecía un poco aburrido, pero decidí probar, el tedio es muy peligroso.

Antes de las cinco de la mañana ya estábamos en su barquita alejándonos de la costa. No puedo decir hacia donde ni cuanto, y no es que no quiera, simplemente no conseguía orientarme en medio de la oscuridad. Echó el ancla y lanzamos los anzuelos, no sin cierta impericia mía y nos dispusimos a pasar el día. Más de tres horas más tarde (y un montón de cervezas) sólo había picado un pez minúsculo, no pudimos devolverlo al mar porque fue imposible quitarle el anzuelo sin destrozarlo. Mi amigo declaró que no era un buen día y se caló la gorra a la vez que anunciaba que iba a "dormirla un rato", quizá demasiadas cervezas. Con el dichoso movimiento yo no pude así que me dispuse a pasarlo lo menos mal que pudiera.

Intentaba lidiar con el arte de lanzamiento de anzuelo cuando la vi. Primero sólo vi la cola, de un azul acerado y brillante. Fue a la derecha, luego a la izquierda, sólo alcanzaba a oír el chapoteo y ver la cola entrando en el mar de nuevo. Intenté despertar a mi amigo que entre balbuceos me dijo que sería un atún o un delfín. No estaba seguro de sí por aquellos lares había atunes así que rebusqué en busca de mi teléfono móvil para sacar una foto al enorme pez que creía ver. Como el agua estaba bastante calmada y transparente intenté ver a través de ella, buscando la sombra de aquél juguetón marino. Y pasó, pasó por debajo muy rápido intenté seguirlo y pasó. Me caí al agua sin remedio.

Ropa, zapatos y demás impedían que me moviera, y dado que tampoco soy un buen nadador, empecé a alejarme de la superficie del agua. Intenté no ponerme nervioso (respirar no) y moverme hacia arriba, pero algo me rozó y me asustó tanto que no podía ya concentrarme en salir. Lo que me pareció una eternidad pasó hasta que saqué la cabeza del agua. Curiosamente no estaba agotado, asustado sí, pero agotado no. Lo malo es que me asusté más al no ver la barca. Por lo visto me había separado considerablemente y no alcanzaba a ver la embarcación de mi amigo. Intenté pensar y me di la vuelta, entonces la vi.

Ojos azules, melena rubia y una mirada de genuina curiosidad. Me miró y me sonrió.

-Hola

No supe como responder... me había quedado sin palabras. Me caigo de una barca, me pierdo en el mar, me encuentro a una desconocida ¡y me dice Hola! Entonces vi algo raro, no nadaba como yo, no es que lo hiciera bien, era algo más... y os ahorraré los detalles de lo siguiente. Me contó que era una sirena y tal, que me había visto y yo le gustaba, que mientras estuviéramos juntos yo podría respirar bajo el agua y tal...

No me lo pensé, me había hipnotizado. Me quedé con ella, y me di cuenta de que fue un error. Cuando dijo que si estaba junto a ella podía respirar bajo el mar era ¡realmente juntos! un par de metros y yo empezaba a ahogarme. Pronto me cansé de perseguir delfines y atunes (sí había). Dormir bajo el agua no es nada fácil y sus amigas me hacían el vacío (no era uno de ellos). Y el sexo... bueno imaginad acariciar un pescado, eso era su cola, y la vagina una abertura en la parte delantera. Sin posibilidad de variar posturas, con un tacto infame y su desinterés (no me extraña) fue un callejón sin salida. Aunque lo del desinterés no está tan claro. Un día me encontraba con una amiga suya (si ella quería ir un momento lejos de donde estaba yo me tenía que dejar al cuidado de un canguro sirénido para que no me ahogara). Bien, pues la dicha amiga me hizo señas para que la siguiera, así sin palabras, y al rodear un arrecife la vi. Le estaba haciendo una felación a un delfín, y me vio, me miró, me sonrió y me saludó antes de seguir soplando.

Ni siquiera me enfadé, supongo que lo estaba esperando. Sentí una liberación y nadé a la superficie. Tuve suerte, pasó un barco de pescadores cuando llevaba un par de horas nadando. Me subieron a bordo y me dieron mantas que agradecí, pero no tanto como una sopa de puerros calentita, estaba harto de tanto pescado crudo... Dudé en si contarles mi aventura, no me creerían, así que decidí alegar amnesia. Descubrí que llevaba fuera cuatro meses y fingí sorpresa.

Al día siguiente, aún no íbamos a puerto, me sorprendí mirando al mar. Empezaba a dudar de mí mismo cuando un marinero se apoyó en la barandilla junto a mí.

-Es duro, ¿verdad?
-¿Perdón?
-Ahora mismo no sabes si fue cierto o sólo tu imaginación. No mires al mar, si la ves volverás a ella sin remedio, es su maldición. Te volverá a traicionar, no es maldad, son así.
-Me engaño con un delfín...
-Pudo ser peor.
-No sé como.
-Con una morsa, y al capitán con un cachalote.

Miré al capitán que estaba mirando al horizonte. Por eso los marineros nunca miran al mar, por eso miran siempre al horizonte. No buscan un puerto... pero... ¿con cachalote? ¿¿y una morsa?? Eso sí es vicio...