Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

martes, 1 de julio de 2014

Al final del camino


Llegó al pueblo cuando el sol aún brillaba sobre el horizonte. Sudaba. El pueblo estaba en medio del desierto, pero no podía pasar de largo, no estaba seguro de su destino. El año anterior ya lo intentó y estuvo varias horas vagando sin encontrar el camino adecuado, había vuelto a la civilización justo cuando el depósito amenazó con vaciarse provocando toses e interrupciones en el funcionamiento del motor.

iglesia del puebloParó el coche en una pequeña explanada al lado de la iglesia, había pocas calles por las que podía circular. Esperaba despachar el asunto rápidamente y volver a subir con el insuficiente consuelo del aire acondicionado. Pero lo que sí fue rápido fue el darse cuenta de que tardaría en solucionar su problema, no había nadie en la calle. Puertas y portones estaban inusitadamente cerrados... incluso el bar parecía abandonado desde hacía mucho tiempo. Deambuló por las calles sin percibir ningún movimiento, sin encontrar evidencias de que allí viviera nadie.

Iba a tirar la toalla cuando oyó un ruido. Se quedó con la puerta del coche semiabierta esperando, esperando y escuchando. Se iba acercando. Cerró el coche y se dirigió al origen del ruido. Giró tras una fuente seca y vio a lo lejos un tractor verde, reluciente que se acercaba con un hombre encima.

Cuando el tractor llegó a su altura saludó con una sonrisa nerviosa a su ocupante, un hombre mayor, quemado por el sol enfundado en una camisa blanca, impoluta y bajo una boina negra que parecía recién estrenada. El otro lo miró como si no le sorprendiera su presencia, le abrió una franca sonrisa y le ofreció pan y queso, hecho por él, que llevaba embutido en una pequeña fiambrera metálica. Él le preguntó por un pequeño monolito que sabía que estaba por allí, pero al que no sabía llegar, "soy aficionado a la arqueología y quiero hacerle unas fotografías" dijo queriendo parecer despreocupado pero pareciendo nervioso, muy nervioso. El abuelo se echó la boina hacia atrás mientras pensaba mirando al horizonte, un tallo de trigo, cebada o lo que fuera, cambió de lado en su boca y le dijo que si no se estaría refiriendo a las piedras del diablo, las llamaban así por los dibujos rojos que tenían y porque nadie sabía de dónde habían salido "vinieron de la capital a estudiarlas" dijo "pero no se pusieron de acuerdo, luego se olvidaron". Señaló la iglesia y le indicó un camino que salía de la parte trasera y serpenteaba subiendo el monte y bajando por el otro lado. "Es un camino muy antiguo, y no puede ir en coche, antes se podía ir en mula, pero ya no quedan mulas en el pueblo, ¿ha traído usted una mula?", contestó que no, que en coche, "pues es una lástima, está muy lejos ¿sabe?". Dicho esto, volvió a subir al tractor y se fue carretera abajo. Lo miró alejarse, no sabía qué pensar, aquel labriego de reluciente tractor y ropa nueva parecía no encajar con el decrépito pueblo construido en piedra roja y, aparentemente, abandonado.

Cambió el coche de sitio y lo aparcó al lado de la carretera de entrada, tras un muro en ruinas.No sabía si habría alguien más en el pueblo y no quería que supieran cuándo tiempo estaba allí, no quería miradas curiosas cuando se fuera.

El sol casi se había puesto cuando enfiló la subida por la loma tras la iglesia, con razón no lo vio el año anterior, el camino no se ve desde la carretera, y no está cerca de otros caminos, además tras la subida discurre entre dos vertientes de cerros vecinos que desde el pueblo parecen uno solo.

Siguió el camino mientras se hacía de noche y sólo la luna iluminaba el camino, no llevaba linternas, ni nada parecido, hasta el teléfono, sin cobertura por aquellos lares estaba, apagado, en el coche.

túmulos
Era noche cerrada cuando llegó a su destino, unas pequeñas piedras señalaban una pared en un pequeño túmulo, la tocó, estaba caliente. Se giró y se dirigió al túmulo que había enfrente, subió y observó el panorama. Estaba subido en el más alto de muchos túmulos diseminados en esa parte del desierto. Se quitó toda la ropa y la dejó a un lado perfectamente doblada, miró al cielo y vio que aún era pronto, al final había llegado con tiempo de sobra. Se sentó mirando al túmulo de las piedras con las piernas cruzadas y la espalda erguida. Puso sus manos sobre las rodillas, cerró los ojos y se relajó.

Su mente estaba en blanco y empezó el cántico casi sin darse cuenta. Poco a poco se fue tensando, y acelerando el cántico que tenía entre dientes. Cada vez estaba más tenso y su lengua se movía más rápidamente, levantó la cabeza mientras empezaba a sudar de nuevo, el pelo se le pegó a la frente y el canturreo era ya un galimatías ininteligible que iba aumentando el volumen mientras sus dedos se clavaban en las rodillas hasta que sangró y abrió los ojos. Tres estrellas, alineadas señalaban el túmulo que tenía delante, el de las piedras, y la pared estaba abierta, derrumbada sobre la arena.

Jadeaba y el sudor le picaba en los ojos, pero no podía apartar los ojos de la luz que emanaba de la abertura en la tierra. Sabía que su origen preternatural anticipaba el resultado que tanto tiempo llevaba esperando. Durante unos segundos que le parecieron eones la luz iluminó de blanco el espacio que separaba los dos túmulos, hasta que una arcana figura emergió de las profundidades de la tierra. Era un gigante en su mayor parte humano, al menos en apariencia, pero con un semblante de salvajismo animal que a la vez dejaba intuir la existencia de fuerzas inexplicables bajo su piel rojiza y brillante. El monstruo salió de la cueva que era ahora el montículo y miró alrededor hasta que reparó en su presencia. Lo miró y sus ojos mostraron un breve destello de conocimiento, como si fuera racional durante un pequeño instante. Sin apartar la mirada empezó a moverse pesadamente hasta subir y situarse frente a él. Él sudaba más, jadeaba y ahora la tensión había dejado paso a una debilidad en las extremidades y en la base del estómago que amenazaba con hacerlo caer desmayado ante la evidencia de su éxito.

El gigante se paró frente a él y lo miró con curiosidad, fijamente, como si comprendiera que había llegado a este mundo de su mano e intentara adivinar cuál era el propósito de tal prodigio. Se estudiaron durante unos breves segundos y él se relajó, recuperó sus fuerzas, y con ellas su seguridad, la certeza de la ambición conseguida, casi sonríe cuando el monstruo invocado levanta una mano para tocarlo, pero se trunca el intento cuando el brazo se tensa y, entrecerrando sus ojos negros, el gigante hunde la mano en el pecho de su padre y arranca un corazón palpitante. Él apenas tiene tiempo de darse cuenta de lo ocurrido, se sorprende mirando su propio corazón que sigue latiendo en una mano enorme antes de derrumbarse.

El gigante mira al guiñapo de hombre que le ha traído a este mundo, como sin comprender que alguien capaz de tamaño prodigio pueda ser tan frágil. Mira su mano ensangrentada y el corazón que sostiene que ya no palpita, entonces lo lanza a un lado, se gira y recoge la ropa que su invocante había dejado en el suelo y empieza el descenso del túmulo. Ahora unos ojos sin vida le ven adentrarse en la noche mientras la luz de la cueva se va apagando. Si el hombre estuviera vivo vería como su creación, como si fuera una alucinación onírica, muta y cambia su tamaño, encogiéndose hasta parecer un hombre corriente. Si estuviera vivo y pudiera preguntar, seguramente el nuevo hombre le contaría acerca de un tractor verde y de un extraño labriego que siente que le llama desde un pequeño villorrio abandonado al final del camino.