Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

lunes, 25 de diciembre de 2017

La otra navidad

Yatin y sus hermanos
Era navidad, o eso creía Yatin. No tenía muy claro qué tipo de fiesta era o dónde se celebraba, sólo sabía que debía ser aquel día porque era el primero en seis meses en el que no debía ir a trabajar. El tipo gordo que era su jefe no aparecería hoy por la fábrica. No sabía dónde iba ni qué hacía pero Yatin había decidido que cuando despertara se iría a pasear. ¡Ya tenía nueve años, no era un niño pequeño y no necesitaba descansar! De todas formas si descansaba sabía que al día siguiente, al volver a la fábrica, los huesos le dolerían más. Al menos desde el día siguiente trabajaría cuatro horas menos, sólo estaría diez. O al menos eso creía, nunca había llegado a aprender a leer el reloj correctamente.


La que sí sabía leerlo era Tanvi. Tanvi era dos años mayor que él y era su mejor amiga. Cuando no trabajaban se iban al río a pasear o subían a la montaña a buscar bayas. Ahora no era tiempo de bayas, pero daba igual, tampoco estaba Tanvi. Ella trabajaba en la otra fábrica, la de los tres socios. Estos aún trabajarían dos semanas más, terminaban más tarde, Yatin no sabía por qué.


El caso es que Tanvi trabajaba y Yatin tenía todo el día para él. Quizá iría a jugar con los niños Yadab, Ellos no trabajaban aunque ya tenían edad para ello, el pequeño había cumplido ya seis años, como su padre era rico (decían que había trabajado en el cine) quería que los niños fueran a la escuela. Yatin no sabía por qué necesitaban ir a la escuela tanto tiempo, quizá eran un poco tontos o quizá es que eran vagos que no querían trabajar y ayudar a sus padres a pagar las facturas. Yatin llevaba cuatro años trabajando, primero para ese zapatero que le pegaba cuando se emborrachaba y luego para el pastelero. El pastelero no bebía pero también le pegaba si creía que Yatin había metido el dedo en la nata para comer algo.Él nunca lo había hecho, pero el pastelero decía que si no lo había hecho le pegaba igual por las veces que lo hiciera y no le pillara y así no se le ocurriría tomarle el pelo. Luego llegó la empresa del tipo gordo. Era extranjero y tenía una forma muy rara de reírse. Le tocó el pelo y le dijo que él era especialista en dar felicidad a los niños, Yatin no supo qué pensar. ¿Iba a ser feliz trabajando? No estaba muy seguro pero pagaba un poco mejor que el pastelero.


Yatin empezó a trabajar en la fábrica pese a no saber qué fabricaban allí, se ocupaba de repartir las raciones de comida. Su amigo Vaibbhav decía que juguetes, pero eran unos juguetes muy extraños: tenían luces y sonidos, y una pantalla que era como un televisor pequeño donde unos muñecos se movían. Yatin sabía lo que era un televisor porque el pastelero tenía uno en la tienda, era como un cuadro en el que sale gente haciendo cosas y hablando pero que no está allí. es como si mirara por una ventana. Luego entró en otros barracones y vio escopetas ¡eso no eran juguetes! pero las escopetas eran de plástico y de muchos colores chillones... No parecían muy resistentes y llevaban balas de espuma blandita... Allí conoció a Tanvi, antes de que se fuera a trabajar con los otros extranjeros, en la otra fábrica. Allí también hacían juguetes. O eso le había dicho Tanvi, pero no terminaba de creérselo porque una vez le trajo un dibujo, eran unos muñecos jugando con una cosa que Tanvi llamó bloques de construcciones que era para niños a partir de tres años. No entendía el juguete, no entendía que ningún juguete fuera tan complicado y no creía que nadie se divirtiera con ello. Él con tres años jugaba con la pelota que compartía con sus hermanos. Tenían una pelota y un tren de madera para los cinco, por eso tampoco entendía el porqué de fabricar tantos juguetes. ¿Cuantos niños había en el mundo que no tuvieran edad de trabajar?


Se lo tuvo que creer cuando vio que los hijos de Yadav tenían en las manos una de esas cosas con pantalla. No le dejaron tocarla. Vaibbhav dijo que se llamaba consola y que era para niños a partir de los siete años. Eso sí era una locura. Todo el mundo sabe que a los siete años ya eres un hombrecito y que no juega más.


Hacía cosa de un año el tipo gordo lo llamó a su despacho y le preguntó si quería ganar más dinero, Yatin dijo que sí y se preguntó si aquello era lo que el gordo decía que hacía para repartir felicidad. Pero a él no le gustó, el gordo le dijo que se lo tenía que ganar y se desabrochó los pantalones. Yatin no sabía qué debía hacer, pero Ganesh, el ayudante del gordo le dio un empujón y lo mandó directo a... a Yatin no le gusta recordarlo. Desde aquella vez a tenido que ir cuatro veces más a "ganarse el puesto", pero ahora trabaja sentado, mete los juguetes en cajas y los envuelve con papeles de colores, luego los deja en una cinta que va al almacén y no sabe qué pasa con ellos.


Cuando Yatin se despierta llueve, llueve mucho y no puede salir a pasear. Entonces recuerda que tiene una cosa. No pudo resistirse. Llegó a su mesa un objeto de plástico, era como una peonza pero con luces y colores. Cuando era pequeño, su primo Ambaji tenía una de madera. Le había dejado lanzarla un par de veces. Era muy complicado. Como estaba solo en casa decidió probar. No le salió bien a la primera, tuvo que lanzar un par de veces más hasta que la peonza empezó a aguantarse de pie y rodar, pero el suelo era tan irregular que en seguida se caía... Al final se decidió por intentarlo sobre la mesa en la que comía con sus padres. Hizo un lanzamiento perfecto y la peonza giró y giró hasta que empezó a destellar en amarillo, verde y azul mientras una extraña música surgía del interior. La miró extasiado durante un par de minutos hasta que llamaron a la puerta.


─ O sea que has sido tú pequeño hijo de puta... Te vas a enterar de lo que es robarle a un lapón maldito indio de mierda...


Era el tipo gordo, enfundado en una especie de uniforme rojo con un sombrero extravagante terminado en una bola. Yatin retrocedió lentamente, mientras el tipo avanzaba con la mandíbula desencajada y los ojos inyectados en sangre reflejando los colores de la peonza, amarillo-verde-azul. amarillo-verde-azul... Avanzaba arrastrando las botas, con una mano se desabrochaba el cinturón, con la otra aguantaba una botella de la que iba bebiendo de vez en cuando.


Yatin aterrorizado no gritó. Sabía que no valía la pena. Aunque hubiera mucha gente en las casas cercanas nadie oiría nada. Nadie oía ni veía nunca nada en su pueblo.