Estaba tan absorto en lo que estaba haciendo que no oyó cómo se le acercaban despreocupadamente por detrás con la pose del que sabe que tiene la situación controlada.
─ ¡Eh, tú! Ven aquí.
─ ¿Es a mí agente? Es que tengo un poco de prisa... - El hombrecillo parecía divertido con la situación.
─ Me la sopla tu prisa. ¿Qué coño haces sin la mascarilla puesta? - El policía lo miraba directamente a la cara, amenazante.
─ Vaya, no había pensado en ello, je, je. Pero no se preocupe agente, no hay ningún peligro conmigo.
Los dos agentes se miraron y luego miraron al tipo tratando de averiguar por donde les iba a salir.
─ Mire, no sé qué piensa usted que hace pero no puede ir por la calle sin mascarilla. - El otro agente usaba un tono más conciliador.
─ Jo, jo, jo. Lo sé, lo sé, pero es la magia de la Navidad, ¿verdad? La ilusión, los regalos... Entenderán que yo no puedo aparecer con la mascarilla puesta y que en realidad tampoco hay peligro, ¿verdad? No es como si yo pudiera enfermar o contagiar nada, ¿verdad? - El viejecito trató de girarse y seguir con lo suyo.
─ Oiga, no ponga a prueba mi paciencia. Haga el favor de ponerse la mascarilla y podrá seguir por su camino. En caso contrario nos veremos obligados a denunciarle.
─ Ya bueno, veo que ha habido alguna confusión aquí. Verá yo soy... - Hizo ademán de mostrar lo que transportaba en el saco que llevaba a la espalda.
─ ¡Que no me cuente su vida y haga el puto favor de ponerse la mascarilla! - El primer agente parecía perder ya la paciencia.
─ Que no puedo...
─ Mire, póngase contra la pared.
─ Agente, que llevo prisa, de verdad.
─ Ya me he hartado, me tienes hasta los cojones viejo de los cojones. ¡Ponte contra la pared! ¡Gilipollas! - Mientras gritaba esto el agente sacó la porra y le dio dos empujones que le hicieron trastabillar.
─ Oiga, creo que no sabe con quién está hablando...
─ Estoy hablando con un puto loco vestido de rojo que se cree que está por encima de todo. ¡Que te quedes contra la pared! - En este momento el agente estaba gritando muy cerca del viejecito mientras el otro vigilaba la calle por si los curiosos.
─ Agente, realmente yo no...
No pudo terminar la frase porque en ese momento empezó una lluvia de golpes con la porra, patadas y puñetazos que tiñeron su realidad de un rojo oscuro con sabor a hierro. Perdió la noción del tiempo. Le dolía todo y no podía abrir uno de sus ojos. Una mano tenía tres dedos rotos y la otra ni siquiera la sentía. La nariz se había roto y era imposible respirar por ella mientras que en su boca habitaba una sopa caliente y espesa que gorgoteaba cuando respiraba.
El agente resollaba y sudaba pese al frío de la noche. estaba mirando el resultado de su obra cuando el otro le habló.
─ Oye...
─ ¿Qué?
─ Creo que nos hemos colado. - Tenía el saco del viejo en la mano. - Esto está lleno de paquetes... y no veo el fondo...
─ ¿Y?
─ Igual es él... Tío, joder, que creo que te has cargado al puto Papá Noel por error.
─ No. Por error no.
─ ¿Cómo?
─ Así aprenderá a traer bicicletas cuando se le piden y no dejar putos pijamas de mierda...
─ Anda vámonos, que aún aparecerá algún gilipollas con una cámara.
─ Pilla el saco. No habrá pasado por casa aún y seguro que hay algo para vender...
─ Macho, a veces me da miedo cómo piensas en todo.