Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

lunes, 31 de diciembre de 2012

Navidad, inocente navidad...

Hacía poco que había cumplido los ocho años y se acercaba la navidad. Como era lógico cada vez estaba más nervioso. Era un chico normal, ni más listo ni más tonto que los demás pero había algo que lo hacía distinto: era el único de todos sus amigos y conocidos que no lo sabía, no sabía el gran secreto de la navidad.

Él no llegaba a ser consciente de su ignorancia, pero sabía que algo se le escapaba. Todos cuchicheaban a su alrededor y cuando se acercaba callaban. Cada vez que le comentaba a algún amigo lo nervioso que se sentía al acercarse el día en que Papá Noel llegara a su casa con los regalos, no recibía más que respuestas vagas. Quizá era su propia ilusión la que lo hacía inmune a las dudas pero algo empezó a calar en él.

- Hoy casi no he dormido en toda la noche...
- ¿Y eso? ¿Otra vez han hecho ruido los vecinos?
- ¡Nooooo! es que sólo faltan dos días...
- ¿Dos días? ¿Para qué?
- ¡Para que llegue Papá Noel! Tengo unas ganas... ¡a ver si me trae lo que he pedido! ¿Y tú que le has pedido?
- Bueno... poca cosa.. ya sabes...
- Jo, tengo unas ganas...
- Oye, ¿tu ya lo sabes, no?
- ¿El qué?
- Pues eso.. lo de Papá Noel... que no es una persona normal...
- ¡Pues claro! ¡Es mágico! Pero me parece que los mayores no lo entienden...
- Eeeeh, sí claro, oye me voy. Ya nos veremos después de reyes, creo... oye, cúidate y si viene Papá Noel a tu casa, no intentes verlo. Dicen que no es bueno.

Y su amigo se fue, de golpe se había puesto serio y se iba arrastrando los pies y mirando al suelo. Se quedó un rato pensando pero recordó que sólo faltaban dos días, dibujó una sonrisa y salió corriendo hacia su casa.

Llegó jadeando, su madre ya tenía lista la merienda.

-¿Qué te pasa que vienes tan corriendo?
-Nada. Mamá, ¿sabes que mañana viene Papá Noel? Tengo unas ganas...

Su madre se quedó callada, sonriendo ante la ilusión de su hijo.

- ¿Mamá?
- Dime hijo.
- ¿Pasa algo con Papá Noel?
- ¿Porqué lo dices? - no le gustaba el cariz que tomaba la conversación.
- Porque los otros niños no tienen ganas de que venga, me parece que soy el único que tiene ganas...
- Alguno habrá que también quiera... - la madre ya se empezaba a preocupar.
- No, ninguno. Y todos cuchichean y no me cuentan de qué hablan.
- ¿Todos? ¿Estás seguro?
- Sí todos.

Ahora su madre ya estaba completamente alarmada y él lo notó. No quiso preguntar cuál era el problema, tampoco le dio mucha importancia, pasado mañana por la mañana encontraría los regalos y seguro que su madre se alegraría y jugarían todo el día.

Por la noche no pudo dormir. Se levantó muchas veces a beber agua, y otras tantas tuvo que ir al baño. En uno de sus paseos oyó a sus padres hablar en voz baja.

- Te digo que es el único que no lo sabe... es el último...
- Venga, no exageres, seguro que hay más, aún es pequeño...
- Que no. Estoy preocupada, no quiero que se entere de esto así... deberíamos decírselo...
- No seas inconsciente, si de verdad es el último en enterarse no podemos decirle nada... ya sabes lo que hay, no podemos quitarle la ilusión. Las consecuencias pueden ser catastróficas...
- (Llorando) Es tan pequeño...

Se marchó a la cama extrañado, no sabía cual podría ser ese gran secreto que hacía llorar a su madre... y no sabía qué podía ser lo que todos sabían y él no, pero se durmió casi enseguida, ya era bastante tarde.

El día pasó rápidamente, sus padres estuvieron con él en todo momento. Fueron a patinar, a visitar el mercadillo navideño de la Plaza Mayor y le compraron todos los dulces que pudo comer y alguno más... La tarde no fue peor, jugaron a sus juegos favoritos, ¡incluso su madre se atrevió con la consola! No se dio cuenta y ya estaba cenando. Su madre tenía los ojos rojos, había llorado. Su padre le miraba y le sonreía sin decir nada y él estaba pletórico, casi no cenó, ¡sólo quería irse a dormir para que llegara ya la mañana siguiente!

Su padre lo despidió con un beso y una sonrisa un poco extraña. Su madre lo arropó y le dio un beso en la frente.

- Sobretodo no te levantes de la cama, pase lo que pase... a Papá Noel no le gusta que lo interrumpan... - y una lágrima resbaló por su mejilla.

Pese a lo que parecía se durmió casi en seguida. Estaba agotado. Pero en un momento de la noche se despertó y oyó un crujido. Alguien andaba en el comedor casi de puntillas. ¡ERA PAPÁ NOEL! El corazón le golpeaba con fuerza el pecho, casi lo sentía en la garganta... Cerró los ojos con fuerza y se resistió, no quería levantarse, no quería enfadar a Papá Noel... Luego vino el silencio, se había ido... El chico estaba ya desvelado y los regalos probablemente le esperaban bajo el árbol. No perdía nada si les echaba un vistazo. Estuvo unos minutos pensando... seguramente sus padres se enfadarían, a estas horas hay que estar durmiendo le dirían. Pero sólo un vistacito, sólo mirar cuantos paquetes habría y sopesar alguno, claro, para saber qué había dentro... Luchó contra la idea unos minutos y cuando se convenció de quedarse en la cama y seguir durmiendo... se levantó de un salto y corrió hacia el salón.

Al entrar se fijó en el árbol y ¡bingo! dos montoncitos de regalos. Se acercó a tocarlos y vio que en un montón estaba el nombre de su padre, en el otro estaba el de su madre. Nada para él... y, tras pensarlo un poco, se dio cuenta de lo que había pasado ¡había interrumpido a Papá Noel! Se levantó corriendo para volver a la cama con la esperanza de que volviera a traerle sus regalos, pero al girarse... al girarse lo vio delante suyo, imponente, con el traje rojo, la barba blanca, los ojos con un brillo extraño y una mueca por sonrisa. El chico se quedó parado...

- O sea que eres tú el chiquillo inocente. El único que aún no conoce el secreto de la navidad. ¿Nadie te ha contado nada? ¿No te han dicho cual es mi secreto? - El chico negaba con la cabeza.- Bien pues te lo contaré, al fin y al cabo has sido bueno y te lo mereces; cada año Papá Noel, yo, reparte regalos a todos los niños y familias que se han portado bien. Pero nada es gratis, ¿verdad? - El chico asintió. - Hay que pagar, al fin y al cabo yo también debo comer... ¿verdad?
- Allí he dejado galletas...
- Bien, bien, lo único malo es que a mí no me gustan las galletas. Verás, tengo un trato con todos los mayores. Durante todo el año me encargo de los que se portan mal, por eso debes portarte bien... pero en navidad, también tengo mi regalo. - Se iba acercando cada vez más... - Y mi regalo, querido amiguito, es el último niño bueno de su generación que no conoce el secreto de Papá Noel.

Y sin terminar de hablar se abalanzó mostrando sus enormes colmillos sobre el pobre chico que no dejaba de gritar mientras su madre lloraba en su cuarto, su padre cerraba los puños con fuerza y los niños vecinos mantenían los ojos tan cerrados como podían sin mover ni un solo músculo y sin, casi, atreverse a respirar.


Fantasma

sábado, 15 de diciembre de 2012

El final del túnel

Hace tiempo que no duermes por las noches, pero por el día te mueres de sueño en cualquier rincón. Eres incapaz de prestar atención a nada más de dos minutos. Te cuesta pensar con claridad, casi no recuerdas como empezó todo ni como ha llegado a este punto y, la verdad, tampoco hace tanto.

Hubo un momento que pensaste que aún eras joven, salías, te divertías y trabajabas. Dejaste los estudios, ya habría tiempo y ahora querías un sueldo en el bolsillo. Ahorraste, te fuiste de casa de tus padres y empezaste una nueva vida. Y, ¿qué sería la vida sin pequeños caprichos? Un buen televisor, cine cada semana, copas y algún viaje, ¿quien dijo que no se podía ser feliz? Encontraste pareja e hiciste planes, muebles nuevos, pintura y algún arreglo, tu casa era uno de tus orgullos, el coche no podía ser menos. Y no lo era, tanto que no era uno, eran dos, os hacían falta para ir a trabajar, a los dos, era el precio a pagar para poder ir y venir del trabajo en veinte minutos y no en hora y media, pese a todo la gasolina no era tan cara. Empalmabas un trabajo con otro, no había oficio pero sí talento, algo saldría siempre.

Pero algo pasó. Un día se acabó el contrato y no había otro esperando. No desesperaste, subsidio de paro mediante, seguirías. Tu pareja trabajaba y seguisteis, no os preocupasteis. Dos, tres meses y un trabajo, ¿ves? todo sigue igual. Pagaban un poco menos, pero lo importante era seguir trabajando.

Llegó el primer hijo, todo eran alegrías, no faltaban motivos. En poco tiempo el segundo y el tercero casi seguidos Total, el gasto gordo ya está hecho, sólo había que comprar el "mantenimiento", pañales, leche, papillas, no pensaste en ropa, guarderías ni vacunas "recomendadas pero no subvencionadas". No pasa nada, la casa es fuerte. Te ofrecieron horas extras y ni te lo pensaste. No veías tanto a tu familia, pero el fin de mes era muy holgado, compensaba. Tu pareja perdió el empleo.

Le dijiste que no había problema, tú seguías y al fin y al cabo su subsidio allí estaba mientras no encontrara nada. Tú seguías mirando ofertas de trabajo, siempre se puede mejorar, ¿no?, pero no había nada. Lo poco que veías no te compensaba, pagaban igual o peor. No pasa nada, seguro que tarde o temprano sale una buena oportunidad. Y tu pareja encontró empleo. Pagaban poco y el trabajo era duro, pero te mantenía en el circuito, luego le pidieron quedarse, sólo es un día y hay que quedar bien. Estabais de acuerdo, un pequeño esfuerzo y pasamos la mala racha. Perdéis el empleo ambos.

Intentaste mantener la sonrisa, hay que mantener el ánimo. Pero la casa se te caía encima pese a la alegría de ver a los niños y a tu pareja a todas horas. Entonces pensaste en tus estudios, pero no podías retomarlos, no estarías tanto tiempo en paro y empezaste con los cursillos de formación, así tendrías más oportunidades. Te llamaron para un trabajo, cobrabas menos que estando en paro, pero me mantengo activo y en la ETT lo valorarán. Duró dos semanas, buenas palabras, si sale algo más te llamaremos, estamos muy contentos contigo. El fin de mes ya no era tan holgado.

La hipoteca te subió, tu índice de revalorización era anterior al estallido de la crisis. La gasolina también, al menos ya no necesitabas tanto el coche. Siempre pensaste que los impuestos son buenos, construyen hospitales y escuelas, pero te duelen. Duelen cuando suben y tu calle ya no la asfaltan. Duelen cuando ya no te subvencionan los libros del colegio, educación gratuita, ¡y una mierda!. La comida no baja y la electricidad aún sube más. Te cuesta mantener la sonrisa, pero sigues adelante, si me es más llevadero a mí será más fácil para los niños. Pero llega el verano.

El mayor quiere ir a la playa, los pequeños también. Vais, te lo puedes permitir, pero allí no se puede comer fuera, ni siquiera un día. Quitas a tus hijos la comida veraniega en un fast-food, no se puede todo, es temporal. Y miras la televisión. Coches oficiales, teléfonos nuevos y grandes sonrisas dentro de trajes a medida, y encima votan que no se bajan el sueldo y que seguirán viajando en primera clase. No lo entiendes y cada vez le das más vueltas.

Sales a pasear con tu familia, es noche de verbena, te piden petardos y no te puedes negar, quieren subir a las atracciones, es fiesta mayor y un día es un día, pero son menos viajes que el año pasado, los niños no se quejan, parece que lo entienden, y eso, en lugar de relajarte, te quema aún más por dentro, son niños, no deben tener que entender de esto. Te llega una carta de la oficina de empleo, tu pareja ya la recibió hace unas semanas, te reducen el subsidio, llevas demasiado tiempo chupando de la teta y el estado dice que espabiles y encuentres trabajo.

Vas a entrevistas, cada vez menos, ya estás en esa edad, y el perfil... ahora se piden doctorados para barrer, pasará, es cuestión de tiempo. Pero reduces los gastos. Ahora la nevera está llena de marcas blancas, la comida es un poco más..., bueno, no es todo tan malo. Decides dejar los "extras", de vermut en casa nada, el cine es una quimera, bebes agua casi en exclusiva y el café ahora es muy de vez en cuando.

Tus hijos crecen, necesitan más ropa y quieren cromos, libros y juguetes, no los puedes defraudar. Pero empieza a costarte más sonreír, y necesitas cada vez más ese café con los amigos, necesitas distracciones y ves más la tele. Y lo que ves no te gusta. No te gusta el indulto fiscal. No te gusta el copago sanitario. No te gusta que hagan falta mareas verdes, blancas y naranjas. Hablas con la gente, pero sigue sin gustarte la demagogia, pero te molesta que un político coloque a su familia a dedo, pero crees que es posible que sea gente preparada. Pero te molesta que se justifique la corrupción, y los sueldos vitalicios, las dietas y que se favorezca a grandes fortunas.

Llevas el pelo largo y cada vez repites más ropa, te duele comprarte unos pantalones o unos zapatos. Ya no te compras nada, tu pareja ya no tiene subsidio. Ha bajado la hipoteca, pero no suficiente, tranquilo, seguro que mejora, algo va saliendo. Ya no se comen tres platos en casa. Plato único y una pieza de fruta, a veces ni eso, no tienes hambre. Los niños ya no dejan comida, el plato ya no desborda. Te levantas, vas a la nevera y te deslumbra una luz blanca en un espacio diáfano, está casi vacía. Te desmoralizas más, no creíste que fuera posible.

Ves la tele. Sonríen y cierran hospitales, te dicen que tienes que esforzarte más, que saben que es un sacrificio muy duro, pero que es necesario. El que te lo dice tiene tres sueldos millonarios, y habla de sacrificios.

Miras a tus hijos dormir y sabes que no se lo merecen, quieres que sean felices y te esfuerzas en parecer alegre. No hablas de ello en casa, pero tienes un nudo en la garganta. Algo te impide reaccionar, algo negro te acecha y tu vida se resiente. No querías que te afectara, pero saltan chispas, con tu pareja, con tus amigos, con tus hijos. No ves salida al final del túnel. No quieres ni ver la televisión, no tienes fuerzas ni para indignarte. Y la última carta te abre los ojos. Es de tu aseguradora. Tu seguro de vida sube la prima para el año que viene.

Es para la hipoteca, pero será un gasto menos para tu pareja.

Fantasma


martes, 4 de diciembre de 2012

Ladrones de cuerpos (II)

Despertó con el sol apuntando ya en el horizonte. Él sólo veía un rectángulo azul. Aún estaba dentro de la tumba y le costó recordar por qué. Lentamente las brumas que cubrían su mente empezaban a disiparse y, entre ellas, una imagen... Dio un salto al recordarlo, se apretó contra una de las paredes del sepulcro con la mirada nerviosa fijada en los bordes de la tumba. No quería moverse, no se atrevía. Casi esperaba girarse y ver a esos seres de nuevo, mirando.

Nunca supo cuanto tiempo estuvo mirando al cielo, bloqueado, pero empezó a oír voces, voces humanas ¡¡que entendía!! Poco a poco se incorporó y observó fuera de la tumba. El cementerio era un hormiguero, un montón de policías y varios tipos con traje que lo miraban todo un poco retirados, menos uno, había uno, un tanto menudo, que estaba en cuclillas, mirando el suelo con mucha atención.

Fue este hombre menudo quien reparó en él. Se acercó la tumba sonriente mientras él salía.

- ¡Hola! ¿Está bien? Parece sorprendido, supongo que usted es el vigilante nocturno, ¿verdad?

Él no podía más que afirmar con la cabeza, no sabía qué hacer o decir... aún estaba tan confundido...

- Será mejor que se tome un café o algo, en unos minutos querría hablar con usted, ¿cree que podrá? - en este punto el semblante del hombrecillo era un poco más serio. Le dio un golpecito en la espalda y llamó a un policía de uniforme que lo acompañó a la garita.

Allí se sirvió un poco de café caliente de un termo que le acercaron, el suyo no estaba por ningún sitio... y agradeció una manta que le pusieron por encima, sus riñones ya no eran jóvenes y una noche entera a la intemperie se estaba dejando notar.

Media hora más tarde apareció el hombrecillo y despidió a los dos uniformados que estaban con él. Uno se había portado bien, era simpático, el otro no había abierto la boca, no paraba de mirarlo de reojo ni de fumar nervioso. Al salir el simpático se despidió con un gesto amable mientras que el otro lo miró, sin levantar la cara, y salió como con alma que lleva el diablo, casi empujando a su compañero.

- No se lo tenga en cuenta, aún le cuesta entender según qué cosas y tiene miedo.

- ¿Miedo de qué?

- Ya lo sabe. De lo que ha visto usted esta noche.

- Yo no he visto nada.

- Vamos, usted ya sabe por qué estamos aquí, qué es lo que buscamos y que sabemos lo que vio anoche.

- Me caí en una tumba. Estaba oscuro y no la vi.

- Román M. Hernández-Junquera - consulta sus notas - enterrado justo ayer. Es raro que usted pudiera caer en una tumba ocupada.. y debidamente cerrada, ¿verdad?

- Oiga yo no quiero líos... Y no sé quien es usted.

- No se preocupe, no los va a tener, y yo soy alguien que ha venido con la policía, que está al mando de todo y pide su colaboración y discreción en todo este asunto. Así pues, ¿puede contarme qué pasó anoche?

- No... no lo recuerdo bien... Terminé de cenar sobre las doce de la noche y oí un ruido, fuera, era en la calle... siete, en la zona nueva, donde enterraron ayer al otro... Cogí un palo que tengo para auyentar chuchos callejeros y la linterna grande para asustarlos, yo no suelo llevar más que una de bolsillo, me manejo bastante bien sin luz... bueno. Llegué al sitio de donde venía el ruido y vi a un par de tipos sacando el ataúd del nicho, me pareció que era el recién enterrado, llevaba la linterna apagada por si no eran perros y poderlos pillar con las manos en harina, pero fueron rápidos, ni siquiera los vi... pero oí como hablaban, era raro, pensé en extranjeros... corrí tras ellos pero se separaron, seguí al que tenía más cerca... Se fue a la zona vieja, la de las tumbas en el suelo, y allí lo perdí, paré un momento para recuperar aliento y ver si lo veía de nuevo cuando algo me empujó dentro de la tumba, no lo vi venir...

- ¿Algo?

El vigilante miraba al suelo, levantó la vista hacia el hombrecillo y tragó saliva.

- Cuando me tiró no lo vi, pero luego, cuando estaba ya dentro... me giré, ¿sabe? y lo vi, y me miraba, yo no me lo creía, pero... no estoy loco, ¿sabe? Sé lo que vi, pero no era... pensé que podría ser un disfraz, pensé que la luz de la luna me engañaba, ¿sabe? A veces ves las lápidas desenfocadas, no calculas bien, ¡y yo me había dado un golpe!

- Dígame, ¿qué vio? - casi susurraba.

- No era de este mundo, lo vi y me desmayé, pero me pareció una eternidad... Lo vi perfectamente, tuve tiempo de verlo y pensar... "no sé qué coño estoy viendo"... Tenía los ojos grandes y negros, sin el blanco ni iris... la piel, era blanca, grisácea... sin un sólo pelo, ni en la cabeza, ni cejas... tampoco parecía  llevar ropa... y las manos... dios ¡eran como de un demonio! Dedos largos y finos con uñas larguísimas... me miró, parpadeó dos veces y se fue. Ya no recuerdo nada más hasta esta mañana que ustedes ya estaban aquí.

- No se preocupe, es lo que imaginaba. Como comprenderá no debe decir nada a nadie de lo ocurrido, oficialmente emitiremos una nota echándole la culpa a alguna secta satánica, como siempre. Oiga, supongo que sabrá que nosotros no somos policías normales, y que debe creerme si le digo que no debe preocuparse, de verdad, sé de lo que hablo.

- ¿Sabe quienes son?

-No, en realidad no. Pero conocemos varios tipos de encuentros y de seres que participan en ellos y usted ha visto a unos que solemos llamar "samaritanos grises". Roban cadáveres frescos o, a veces, animales pequeños, suponemos que para estudiarlos. Nunca hacen daño a nadie, y cuando se defienden, como ha sido esta noche, se aseguran de que el contactado no sufra ningún daño. Será difícil que vuelvan por aquí, pero si lo hacen tenga por seguro que no le harán ningún daño.

Dicho esto, el hombrecillo se levantó y se fue. Fuera ya no quedaban policías y se acercaba la hora de la llegada del relevo. Le habían dicho que callara y no dijera nada; les haría caso, no quería ser el hazmerreir del cementerio.
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Pasó un mes. Casi había olvidado el incidente y ya podía dar rondas de nuevo sin mirar por encima del hombro contínuamente. No le había contado nada a nadie, ni siquiera a su familia. Oficialmente una secta satánica, ya detenida, era la culpable de todas las profanaciones.

Cenaba. Abrió el termo y se tomó su café. Todo tranquilo y en silencio. Por primera vez en muchos días se relajó. Repaso al periódico y ronda al canto. Hoy había habido un entierro en un nicho viejo, tenía que revisar de nuevo el cemento por si el encofrado antiguo se hubiera resquebrajado.

La noche era serena, sin nubes y ya no tan fría. Se dirigió hacia el nicho con el ánimo alegre, observando el perfil de los sepulcros contra la luz de la luna, incluso se animó a canturrear mientras encendía un cigarrillo.

Llegaba ya a la calle cuando un estruendo le heló el corazón, sintió un escalofrío recorriendo su espinazo. Masculló una maldición y salió corriendo hacia el lugar de donde había provenido el ruido. Cuando giró la esquina no pudo dar crédito a sus ojos.

Había parado en seco. La boca medio abierta y el cigarrillo aún apagado cayó al suelo. No podía creer lo que veía. El corazón le golpeaba el pecho con fuerza, sudaba y estaba a punto de desmayarse de nuevo, un hormigueo recorría sus extremidades y lo mantenía paralizado.

Allí estaban ellos de nuevo, hoy los veía claramente. Eran altos, no muy corpulentos y, por lo que veía, tampoco demasiado fuertes. Habían extraído el féretro recién enterrado en un tercer piso, pero se les había caído. El ataúd había resistido bien el golpe, pero había atrapado a uno de los... alienígenas o como se llamaran. El otro forcejeaba para levantar el muerto y liberar a su compañero, pero ahora estaba quieto. Sin duda estaba evaluando la situación. Lo miraba fijamente, aún encorvado, y, seguramente, tratando de decidir si seguir allí o salir corriendo abandonando a su amigo.

Pasaron un par de segundos, los tres quietos, pero el de la pierna atrapada se quejó, parecía un lamento genuino, y eso le bastó para decidirse. Tiró el chuzo que llevaba y se dirigió hacia los dos seres. Por señas indicaba al que estaba libre que se pusiera en el extremo opuesto del lugar donde estaba el otro.

- ¡Venga!, ponte ahí, y cógelo, levanta a la de tres. ¡No!, ¡no te agaches ahí! Cógelo y levanta, ¡ahora!

No sabía si el extraterrestre le entendía o no, le señaló de nuevo el lugar donde debía ponerse y el rodeó el ataúd agachándose para coger él el otro extremo. Pareció entender puesto que le hizo caso, sin dejar de mirarlo fíjamente. A su señal levantaron el féretro y liberaron al que estaba en el suelo. Una vez levantados hizo ademán de dejar la carga en el suelo, pero el alienígena miró a un lado, como señalando y vio una especie de carro metálico. Llevaron el ataúd y lo dipositaron encima. Mientras se secaba el sudor vio como el extraterrestre se acercaba a su compañero y lo ponía de pie. Cojeaba y se quejaba, intentó ayudarlos pero le dieron a entender que no, que los dejara. Se apartó y retrocedió, levantó una mano y se despidió. Volvió a su garita sin ser consciente aún de lo que había pasado.

Una vez en la garita se sentó y pensó con la mirada perdida. Probablemente volverían por la mañana los policías con el hombrecillo, y no quería dar más explicaciones. Se dirigió al cuarto de mantenimiento y salió con un cubo de agua, un saco de cemento, una paletina y una gaveta. Sólo podía hacer una cosa. Se dirigió de nuevo a la calle del reciente exhumamiento. No había ya rastro de los dos extraterrestres y se afanó a colocar de nuevo la lápida, por suerte estaba entera aún y pudo disimular lo ocurrido. Cuando terminó el sol ya empezaba a despuntar, recogió y, al salir del cuartito de mantenimiento recibió el segundo susto del día. El hombrecillo con un par de policías lo observaba.

- Buenos días, qué tal la noche. ¿Alguna novedad?

- Lo de siempre, gatos tirando jarrones y un perro que debió quedarse encerrado aullando toda la noche, aparte de eso nada.

Se había quedado mirándolo a los ojos fíjamente, ya debía saber que mentía. Entró un policía y habló al oído del hombrecillo.

- ¿Ha pasado algo raro? ¿Algo con el enterramiento de ayer?
- Nada que yo sepa. - Respuesta quizá demasiado rápida.
- Pues parece que el cemento aún está fresco, como recién puesto. ¿Tiene algo que decir?
- A veces hay que repasar el cemento por la noche, sobre todo si no se ha puesto suficiente o si hace demasiado calor. Además las noches húmedas no ayudan a secar...
- Y si abro el nicho, ¿qué cree que me encontraré?
-Un muerto, supongo, yo no lo he enterrado, pero supongo que enterraron a alguien...
- Entiendo. No sé a qué juega o qué cree que está pasando. Pero lo voy a dejar en paz. Al menos de momento. ¿No sé si me entiende?

Él no contestó. Se limitó a mirarlo fíjamente, hasta que hizo un gesto y se fueron todos. No veía la hora de irse a casa.

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Pasó una semana y él estaba más tranquilo que nunca. Hacía días que lo dominaba una paz y una alegría desconocidas. Era viernes y su hijo se ofreció a acompañarlo un rato en la garita. Tenía que estudiar y la tranquilidad lo ayudaba, no era la primera vez.

Habían cenado y el chico repasaba con sus libros mientras él hojeaba el periódico cuando, al levantar la vista, lo vio por el ventanuco de la garita. Estaba de pie, al borde de la luz que salía de la puerta. A tenor del bulto envuelto que llevaba en la pierna debía ser el que se había quedado atrapado.

Él salió a la puerta, extrañado y con cierto temor, más por su hijo que por él mismo. Al ver a su padre levantarse, el chico levantó la cabeza y también lo vió, salió detrás de su padre. El ser miró al chico y volvió a mirar al vigilante. Extendió un brazo y tendió lo que parecía ser una hoja de papel. El hombre se adelantó y cogió el papel sin dejar de mirar a la cara del alien. Volvió junto a su hijo y miró el papel. Estaba escrito:

Venimos de muy lejos sólo para conocer otros mundos y otras formas de vida. No deseamos hacer ningún daño a nadie. Nadie nos había ayudado antes. Nuestra gratitud y nuestra amistad. Gracias.

Se quedó sin aliento, su hijo le quitó la nota y la leyó quedándose boquiabierto. No sabía nada, su padre no había dicho nada, ni a los más allegados, de pronto lo oyó decir con un hilo de voz:

-Gracias a vosotros.

El extraño ser pareció erguirse un poco más y se llevó el puño al pecho para luego simular un golpe en su mentón, inclinó su cabeza y se dio la vuelta. Entonces el chico comprendió el peligro al que se exponía sólo para llevar una nota de agradecimiento a su padre, casi sin pensar, recogió sus libros en la cartera y, corriendo, se puso delante del ser que se paró sorprendido al verlo. Le tendió la mochila y le dijo:

- Es secundaria, no es gran cosa, pero espero que os ayude.

El ser lo miró, un poco desconfiado, luego a la cartera y. al final, pareció entender. Cogió el macuto, inclinó su cabeza y se fue, andando, hasta desaparecer entre las sombras.

Fantasma

jueves, 29 de noviembre de 2012

La hora de la comida

Era un dia como otro cualquiera por la mañana. Se encontraba en la puerta del colegio dejando a sus hijos y allí estaba ella.

Se estaba despidiendo con un beso. No podía dejar de mirarla, en cuclillas, con su abrigo marrón. Pero debía irse, era tarde y había que ir al trabajo. En la oficina no dejaba de pensar en ella, quizá por eso no fue ese un día demasiado productivo y decidió hacerlo: la llamó. No podia dejar pasar el momento, se había decidido y no debia dejarlo enfriar. Ella se sintió sorprendida, no esperaba una llamada de él, y menos en ese momento, pero accedió a verlo a la hora de la comida, parecía intrigada, quizá un poco preocupada, la excusa para encontrarse no debió ser convincente. El se quedó un poco más tranquilo , quizá excitado ante la posibilidad de futuro, y pudo dedicarse a trabajar mientras llegaba la hora deseada.

En cuanto salió de la oficina, mucho más puntualmente que cualquier otro día, la vió llegar. Le saludó con una sonrisa un poco forzada y le preguntó que qué era aquello que no podía esperar y ¿por qué debía decírselo en persona? Él no dijo nada, sólo sonreía, era incapaz de articular ninguna palabra, la cogió de la mano y la llevó hasta un hotel cercano en el que había ya reservado habitación. Sin que ella saliera de su asombro y sin darle tiempo a reaccionar se le echó encima en cuanto entraron en la habitación. La besó como si no fuera a verla otra vez. Ella al principio no reaccionó, sorprendida, sin ni siquiera deshacerse del bolso o quitarse ese abrigo marrón, pero no tardó en corresponderle.

Se besaban mientras se quitaban la ropa el uno al otro. De golpe estaban en la cama, él estaba encima y ella lo recibió con un jadeo. Hicieron el amor hasta olvidarse de la comida, sin decirse ni una sola palabra.

Más de una hora más tarde salieron, casi avergonzados al pasar por recepción a devolver la llave, y se despidieron. Ella se fue y él volvió a la oficina. La tarde fue plácida y tranquila, pudo trabajar tan a gusto que recuperó el tiempo perdido por la mañana. No dejaba de sonreirse, la felicidad puede estar tan cerca...

Era tarde cuando llegó a casa. En el comedor estaba su mujer, nerviosa y gritando a los niños que estaban en el baño. Dudó antes de entrar, no sabía cómo debía reaccionar, dio un paso al frente y se encontró con ella. Se miraron a los ojos y al instante supo que ella sabía lo que estaba pensando él.

Lo sabía porque ella estuvo toda la tarde pensando en su breve pero intenso encuentro a la hora de la comida, con el mismo cosquilleo recorriéndole la espalda y la misma sensación de plenitud. Y, sin hablar pero sonriendo con los ojos de adolescente enamorado, estuvieron de acuerdo.

La felicidad está tan cerca...
Fantasma


viernes, 23 de noviembre de 2012

Ladrones de cuerpos

Era una noche como otra cualquiera. Empezó su turno con un café escuchando las novedades y los chismorreos de los compañeros que terminaban turno. Fútbol, televisión y poco más era la charla habitual, pero hoy había algo más. Uno de los nuevos le comentó algo que salía en los periódicos de esos días: algunos cementerios denunciaban que por la noche algunos desalmados se dedicaban a abrir tumbas recientes y a llevarse los cadáveres. Era una de esas modas. Ya había pasado antes y no le preocupaba, tal y como empezaba terminaba. Hacía ya más de treinta años que trabajaba en el cementerio de su localidad, veinte en el turno de noche y ya estaba curado de espantos. Cuando hacía la ronda estaba más preocupado por no tropezar con los perros vagabundos que a veces entraban por la tarde y se quedaban encerrados o por las ratas que saltaban cerca de su cara cuando, en verano, tomaba el fresco sobre una tumba de la parte vieja, que por los salteadores que nunca se atrevían a entrar en un cementerio tan cercano a una gran ciudad.

Dio su vuelta de rigor y comprobó los dos enterramientos del día, pura rutina, por si el cemento no cuajaba bien o la losa se hubiera torcido ya que uno era en un nicho nuevo y el otro en una tumba de suelo en la parte vieja. Cumplido el deber decidió ocuparse de la cena.

Se sentó en su mesa, encendió el transistor y desplegó ante sí el periódico mientras calentaba la comida que había sacado de una vieja fiambrera de lata; termo de café y una botella de agua completaron la intendencia, era hombre de viejas costumbres, por eso no olvidó sus cubiertos ni su servilleta de cuadros, recuerdo de una infancia ya lejana.

La noche pasó como otra cualquiera, coches, perros y coches con la música muy alta constituyeron la banda sonora hasta bien entrada la madrugada. Llegada esa hora en la que incluso él flaqueaba y le costaba no rendirse al sueño, algo llamó su atención. Al principio fue tan sutil que pensó en que los gatos volvían a derribar jarrones con flores, pero persistió. Eran unos golpes casi apagados en la zona nueva, para él no había duda: los asaltadores de tumbas habían hecho acto de presencia.

Buscó un viejo chuzo que guardaba a modo de porra, la linterna grande, la pequeña era para el bolsillo, pero necesitaba una que pudiera ser contundente. Salió de su caseta dejando la luz y el transistor encendidos para no delatar su acción temeraria. 

No encendió la linterna, no le hacía falta, conocía perfectamente el cementerio y, además, era noche de luna y una ténue luz azulada le mostraba el camino. Su intuición lo llevaba hacia la zona nueva, hacia la calle donde esa misma tarde había habido un entierro y, efectivamente, allí parecían estar los asaltantes, dos sombras se afanaban con el féretro. Se paró un momento antes de girar y escuchó: era una especie de murmullo, no llegó a entender nada, ninguna palabra, sólo un siseo y un parloteo bajo, arrastraban las eses y casi no oyó vocales. Pensó sólo que hablaban muy bajo y saltó de su escondrijo para encararse a ellos. En cuanto lo hizo las dos sombras soltaron el ataud que mantenían  cogido y salieron corriendo en direcciones opuestas. Sin amedrentarse empezó a persiguir a uno de ellos, al menos uno pagaría.

El intruso era alguien muy ágil y con buena visión, pese a no llevar luces no tropezó en ningún momento con lápidas, piedras o escalones. Gritó y lo amenazó mientras corria detrás de él, hacia la parte vieja del cementerio. Giraron una esquina y ya no lo vió. Pensó que debía de haberse escondido tras una lápida, allí ya no había nichos. Avanzó con cuidado por entre las tumbas, la pesada linterna en una mano y el largo chuzo en la otra, hacia el enterramiento de ese mismo día.

Como había supuesto la tumba estaba abierta y ni rastro del féretro ni del perseguido. Se asomó al interior de la tumba, vacía, empujón y caída. El golpe fue brutal, tuvo el tiempo justo de verle la cara antes de desmayarse.





Fantasma


domingo, 18 de noviembre de 2012

Sinergias


Las sinergias que envuelven la síntesis duodélica del ser maduro son autofórmicas y adaptables. Los desequilibrios generados por la alficación de sujetos típicamente beta no sugieren cambios paradigmáticos en la simbiosis existencial del grupo generado. Éste cambio no es sino que en apariencia ya que la voluntad raizal de inicio sugiere la realidad de un sujeto consideradamente beta expresado como una posibilidad radicalmente opuesta al sentido originario expresado por eones de apariencias plácidas y ordenadas. 

Este cambio paradigmático surge de la necesidad de expresar parámetros equivalentes entre las partes componentes y de adaptar nuevos paradigmas que expresen de forma físisca lo que virtualmente se conoce por adelantar virtudes y conocer naturalezas ajenas al proceso natural expresado de forma artificial. 

Paradójicamente el proceso cognitivo de actualización paradigmatica se ha enfrentado a la imperbeabilidad del tejido aceptacional más obsoleto y contando con la incondicionalidad del permeabilismo aceptivo del progresismo natural. Enquistandose el progreso en un misticismo excluyente reticente a la renovación advocacional del universo sinergético tal y como en pasadas ocasiones promovió la evitación de la eclosión de la individualildad del beta en su pretensión de equibararse al alfa público ya que privadamente la división se mantuvo por siempre en una línea difusa no establecida realmente en tanto que los patrones normativos intentaron congelarla en donde era más práctico que equitativo. 
No engañamos si afirmamos que un cambio de direcciones sinergéticas debe obedecer a cuestiones de derecho tornadas en posibilidades prácticas que requieren una reordenación y repatronización de roles preestablecidos y a una adaptación del tejido organizacional del actual momento tornado en posibilidades infinitas de adaptación exitosa aunque no sin sacrificios de las bases fundacionales del criterio organizativo.


Alguien sabe de qué estamos hablando?

Experimental

lunes, 12 de noviembre de 2012

Ellos

Era de noche, era tarde. Él llevaba tiempo delante de la ventana, mirando. La ventana de ella estaba un poco más alta, en el edificio de enfrente, con la luz apagada. Él tampoco la  había encendido, no quería que su silueta recortada lo delatara. Bajó la vista a la calle, la poca gente que había a la vista corría bajo la lluvia. Cerca, un gato mojado, desafiante, le devolvía la mirada.

Ella miraba hacia abajo por la ventana, la ventana de él estaba un par de pisos por debajo, al otro lado de la calle. Hace un momento había visto luz, ahora estaba apagada. Seguramente estaría ya durmiendo, sin saber que ella estaba ahora mismo pensando en él, impaciente por verlo, por atisbar una sombra asomándose por la ventana. Se apoyó en el marco y tocó el cristal, estaba frío y le dolía. Le dolía porque probablemente sería lo más cerca que estaría de él.

Él estaba ya a punto de irse a la cama, abatido, hoy no la vería. Pero, de pronto, una sombra blanca, ¡un movimiento fugaz en la ventana! ¿Sería ella? ¿Estaba allí? Miró, pegándose al cristal, deseó abrir la ventana, gritar su nombre y saltar, saltar para llegar a ella y abrazarla, tenerla en sus brazos.

Ella se dirigió a la cama, no vio el movimiento en la ventana de él. Se desvistió y alargó la mano para coger el pijama. Se paró. Miró de reojo. No había llegado a encender la luz pero vio una sombra moverse tras ella. Se giró lentamente... Estaba delante de la ventana, no le veía la cara, pero sabía que era él. Jadeaba, no se atrevía a moverse. Él tampoco se movía. Se miraron. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando él empezó a moverse, lentamente, luego más rápido.

Él estaba aturdido, no esperaba encontrársela delante, y mucho menos así, desnuda, él mismo no llevaba mucha más  ropa, apenas el pantalón del pijama y una camiseta raída. Ella lo miraba fijamente, a la cara, parecía sorprendida, casi asustada, pero un destello en su mirada le dijo que lo esperaba, que debía estar allí porque ella lo quería así. Adelantó un pie, ella no se movió, luego el otro, la respiración de ella era más intensa, no podía contenerse, corrió, casi voló y se abrazaron.

A ella le temblaron las piernas cuando él se le abrazó y empezó a besarla. Lo abrazó aún más fuerte, lo acariciaba tan fuerte que casi le dolía, le alborotó el pelo, apretó su cara contra la de él, abrió la boca, no dejaba de jadear, la lengua de él no dejaba de entrar y salir de su boca, ella empezó a besarle la cara, nada importaba ya, oscuridad y luz pasaba ante sus ojos que no veían nada. Él se apartó, se quitó la camiseta y la abrazó de nuevo, ahora besaba su cuello, lo lamía, ella abrazaba su cabeza, lo deseaba.

Se besaron de nuevo en los labios, él la cogió en volandas y la tumbó sobre la cama. Seguía besándola mientras una de sus manos empezó a acariciar su cuerpo, lo hizo suavemente, hasta acariciar uno de sus pechos, entonces su lengua empezó a recorrerle el cuello, siguiendo todos y cada uno de los puntos que hacían que ella se arqueara completamente. Pronto la cálida humedad empezó a recorrer el pecho que quedaba libre, llegó al pezón, succionando suavemente. Ella lo miró, abrió la boca y lo atrajo de nuevo hacia sí. Mientras la mano de él abandonó el pecho que mantenía en su palma y bajó por el abdomen, lo hizo sin prisa, con la punta de los dedos. Llegó a su ingle, y la recorrió, bajó por el muslo, subió y volvió a bajar, ella separó un poco las piernas para que él pudiera entrar. Su mano se perdió en la cálida oscuridad dentro de ella. Con destreza consiguió que ella dejara de besarlo, jadeaba más y ya era ciega de deseo, sentía su propia humedad mojando la mano de él y resbalando por sus muslos. Casi no notó que él se ocupaba de nuevo por su cuello, bajó, besando, lamiendo, mordiendo. Se entretuvo de nuevo en sus pezones, ahora los mordisqueó, primero uno, luego el otro... besó y lamió en el valle entre los pechos y recorrió el sinuoso camino que los separaba de su entrepierna. Besó su ingle y se impregnó del aroma del sexo desbocado, ella no podía dejar de moverse, miraba sin ver y quería más sin querer tener más. Deseaba llegar pero no abandonar el camino, él besó su vello, bajó y encontró entre su humedad ése puntito que a ella la elevó a un nuevo estado de lujuria, quería apartarlo y que no se fuera. Lamió y sorbió, mordisqueó y jugó hasta que ella dejó de moverse, tensa, aguantando la respiración, un segundo, dos, y se desinfló con un suspiro, había alcanzado el clímax, estaba extenuada, pero quería más. Lo atrajo de nuevo hacia sí, pero no o besó, lo empujo para que él quedara sobre la cama, tumbado, le sujetó las manos indicándole con la mirada que no las moviera, no deseaba que se moviera. Lo besó ella, también el cuello, el pecho, no podía esperar, bajó, un pequeño receso en el ombligo y una parada ante el pantalón. Aún llevaba el pantalón del pijama, bajo él era evidente la enorme erección de la que ella tenía gran parte de culpa. Movimiento rápido, pantalón en los tobillos y la lengua subiendo por las piernas, se haría de rogar.

Él jadeaba, le costaba respirar. Miraba a sus piernas y la veía lejos, le estaba haciendo sufrir, hasta que ella levantó la vista lo miró a él y luego al resultado de su excitación, y abrió la boca. Él se dejó caer, la suave y caliente boca de ella lo envolvió, llegó hasta la base y volvió a subir dejando una excitante humedad en su recorrido mientras la lengua, juguetona, le excitaba diestramente el glande. Ella lo agarró con la mano acompañando los movimientos de cabeza, lo miró mientras la punta de su lengua recorría el extremo más sensible de su excitación. Vio lujuria en sus ojos, vio deseo. La agarró y la giró.

Ahora estaba ella contra la cama y él el que se ponía encima, la besó apagando el gemido que ella hizo cuando la penetró. Se sintió llena, excitada y ciega de pasión. Cerró las piernas en torno a él. Lo quería dentro, sin moverse, pero deseaba que entrara y saliera, fuerte, golpeando su cuerpo contra el suyo. Golpeando con cada embestida al responsable de que ella ahora sólo distinguiera destellos de luz. Se abrazaron fuerte, ella gemía, él gruñía y los dos tenían prisa.

Aceleraron, cada vez más fuerte, hasta que ella ahogó un grito en su garganta mientras él dejó salir el aire contenido con un gruñido que era más que un jadeo. Ella lo sintió inundarla, sintió la liberación, espasmos la recorrieron desde su bajo vientre hasta las puntas de los dedos de las manos y los pies. Él se apartó, salió dejando vacío aquello que ella quería mantener lleno...

Él abrió los ojos. El gato ya no estaba y había dejado de llover. Levantó la vista. La ventana de ella seguía oscura, no había nadie. Miró a la luna que observaba la ciudad en silencio. Resignado decidió que nunca podría estar con ella, debía conformarse con observarla en silencio. El gato volvió y lo miró con ojos amarillos, parecía desafiante, lo retaba a atreverse. Él cerró la cortina y se refugió en la oscuridad.

Ella miraba al techo ¿nunca hablaría con él? ¿Nunca podrían compartir un solo momento? Estiró el brazo y cogió la sábana que estaba a los pies, se tapó y se acurrucó, abrazó la almohada y lloró, en silencio.


Fantasma.

lunes, 5 de noviembre de 2012

El visitante

"Estaba sentado en el borde del sofá. Estaba nervioso. Por una vez deseaba fumar, no sabia qué hacer con las manos; las frotaba, se mesaba el pelo y no paraba de tocar y recolocar los objetos que se encontraban enfrente a él.

Lo estaba esperando, sabía que hoy vendría y que hoy debía ser el último día. Hacía años que tenía que soportar su presencia. Nunca habían hablado, tampoco se habían mirado. Pero no hacía falta, no quería verlo, no lo quería cerca...

Sudaba. Se frotó los ojos. No debía dormirse. Se levantó, paseó por el comedor. Era su casa, tenía derecho, ¿no? Si quería que se fuera era su derecho, ¿verdad?

Nunca había hablado con nadie de ello. Ni siquiera cuando empezó todo hacía ya seis años. Probablemente no le dio importancia porqué pensó que sus ojos le habían jugado una mala pasada, tenia sueño, pensó. Tardó, pero volvió. Esta vez sí se asustó, estaba seguro de haberlo visto, pero se engañó a sí mismo de nuevo, imaginaciones tuyas, se dijo. Fue casi un año. No pasó de ahí, de vez en cuando ahí estaba, lo veía una fracción de segundo y desaparecía, bastaba con parpadear. Luego fue a más.

Aquel día no lo vio. Estaba viendo la televisión y lo oyó. Vecinos, era la explicación más racional, la única. Pero otra vez lo oyó, "¿Lo tienes?", temblaba. Se levantó del sofá en ése momento y salió al pasillo. Agarraba con fuerza el mando a distancia, era su única protección. No había nadie allí.

Se sentó de nuevo a esperar. no tardaría en aparecer, y recordó. Recordó cuando empezó a acostumbrarse a la voz, se acostumbró pero nunca dejó de temer. Despistado, no podía ser otra cosa. Si lo que dejaba en la mesa aparecía en la cama debía ser porque no recordaba bien. Los armarios de la cocina se abrían solos, Tengo que acostumbrarme a cerrarlos siempre. Pero el horror empezó cuando dio un portazo, fue en la misma cocina, se le escapó la puerta, iba con prisas, cerró suavemente, sin ruido, sin que él pudiera pararla. Abrió y probó de nuevo, ninguna cerraba de golpe, todas se cerraban en silencio, no impotaba la fuerza con que lo hiciera, siempre frenaban, siempre en silencio, siempre suavemente.

Había empezado ya, la sombra que se paseaba por su pasillo ya influía en su vida, temía la noche, sabía que aparecería, sólo que ya no estaba sola, a su aparición siempre lo precedían otras sombras de menor tamaño. Corrían por el pasillo, por SU pasillo. Pero le daba miedo. Estaba aterrorizado. En casa no había nadie, pero ellos aparecían.

Lo sufrió, no dormía o se drogaba para dormir profundamente, pasaba noches fuera de casa o volvía tan borracho que no recordaba nada. Cualquier sistema era bueno para no afrontarlo, para no verlo. Pero ahora lo esperaba.

Levantó la vista, nervioso, y allí estaba, de pie, mirando. Se asustó aún más. Siempre lo había visto pasar por el pasillo, siempre andando, nunca de frente. Siempre lo había ignorado, pero ahora lo  miraba.

Estaba paralizado, sudaba, quería hablar pero ni siquiera podía balbucear. El otro hizo un gesto, se le acercó, había dado un paso al frente y se acercaba, serio, mirándolo fijamente. Rápidamente cogió un objeto que tenía encima de la mesa, un crucifijo de seis brazos. plata reluciente, lo alza y murmura una plegaria. El hombre se para y se ríe, lleva un guardapolvo negro, sin pies, y las manos bajo la capa negra, pálido, y le habla:

- ¿No creerás en esas bobadas, verdad?

Deprisa suelta la cruz y alza un saquito, raíces, huesos y cenizas, mezclados en un rito que sólo conocía aquella adivina, ajo, ajenjo y otras hierbas en la otra mano, la gitana le dijo que era infalible. La sombra dio una sonora carcajada y se acercó más.

- ¿Aún crees que así conseguirás algo?

Abrió las manos e intentó coger una botellita con un líquido que parecía agua y un papelito con un salmo, pero el otro le cogió las manos. Tragó saliva, sudaba más y le costaba respirar.

- No temas, no te resistas, todo es inútil, nada puedes hacer ya, has sido elegido. Lo tienes, sabes que lo tienes y lo necesito.

- ¿Qu.. quien eres?

- ¿De verdad importa? Sólo un mensajero, un intermediario. Vengo en nombre de la justicia y de lo que de verdad importa. Soy heraldo de la voluntad, pero no divina... ni infernal. Tus chucherías no sirven, no son para mí, vivo por y para la humanidad, pero la humanidad no puede nada contra mí, existo a pesar vuestro.

- No entiendo... ¿qué quieres de mí?

- A tí, a tu tiempo, a tu intelecto, a tu opinion, a tu valor. ¿Lo tienes?

- No, no tengo nada, por favor déjame.

En este momento el terror es sustituido por algo peor, mucho más básico, más visceral, preternatural. No era consciente de ello, pero ya sabía qué quería. Intuía para qué había venido, sabía porque llevaba tiempo evitándolo, llevaba tiempo postergando su destino.

- Lo sabes. Sabes por qué estoy aquí.

- Pero yo no quiero... busca a otro.

- No puedo. Debes ser tú. Lo sabes. Ven conmigo.

Se levanta, lentamente,sabe que debe hacerlo, ir con ese ser infernal. Acompañarlo a donde debe ir.

- ¿Dónde me llevas?

- A tu sitio, a donde pertences aunque no lo sepas. A tu mundo, un pequeño mundo, lejano y frío, porque tú ya no eres tú, perteneces al universo. Ahora eres un fantasma como yo, ahora eres heraldo de un mundo glacial que se desmorona. Tu misión será ahora la mía, tú ahora debes transmitir lo imprescindible, tú debes abrir la mente a la todo el que te vea, tú debes ser guía, luz y sombra. Tú ahora no puedes desfallecer. Ahora perteneces a la estirpe maldita. Tu ahora eres un fantasma. Eres un Fantasma de Plutón."


Fantasma.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Empezamos...


Siempre es difícil comenzar a escribir algo, sobretodo un post, y si encima es el primero del blog... la tarea puede hasta dar vértigo...

Pero si nos hemos metido en este fregado será, sin duda, porque de alguna forma nos gusta tener ese cosquilleo de empezar algo que no sabemos cómo va a seguir. Entre otras cosas porque vivimos en unos tiempos en los que se nos hace corto el tiempo en el que conversamos e intercambiamos ideas. Hay mucho por comentar y, cada vez, más apetito por hacerlo. Nos mueven las ganas de aportar nuestro granito de arena, de reflexionar sobre el mundo que nos rodea y, por qué no, dar rienda suelta la imaginación y soltar al tío raro marciano que todos llevamos dentro.

Precisamente ésa es la idea del blog: ser válvula de escape de todas las inquietudes y reflexiones, críticas, preguntas o demás absurdeces que se nos ocurran.

Y esto nos lleva al segundo punto del día: por qué precisamente Fantasmas de Plutón? Me agrada la pregunta, y la respuesta no es fácil.

Empecemos por el final de Plutón; hace unos años Plutón era la última frontera, el noveno planeta, el guardián del confín del sistema solar. Bien, de ser el puto amo, en 2006, de golpe y porrazo, se le destituye de su categoría y se le etiqueta como planeta enano. El sistema solar ahora es más exclusivo, sólo ocho socios VIP y un montón de abonados menores entre los que se encuentra nuestro degradado amigo Plutón. Triste e irredento nos consuela saber que igualmente es el guardián de la frontera. Fiasco de nuevo... ahora ya van tres; tres planetas enanos, otros tres que, como Plutón, no disfrutan de la categoría reina: Eris, Makemake y Haumea (los llamados plutoides), que con Ceres, son los pequeñitos del vecindario. Igual que nosotros hace unos años nos íbamos a comer el mundo y éramos muy importantes y decisivos, mientras que ahora la dura realidad nos lleva de nuevo a un cuarto mundo del que en realidad tampoco habíamos salido tanto, de tal manera que hasta nuestro sentido democrático se retrotrae a realidades utópicas más placenteras en tanto que el mundo real nos decepciona supinamente.

Y aquí se intuye la primera parte del nombre de este humilde blog: Fantasmas. Abajofirmantes y opinadores no se van a cortar ni un pelo en dar rienda suelta a su prepotencia, incorrección, pedantería ni a tirar de enlaces, wikipedia u otras fuentes para completar un blog. La única promesa es que se publicará, qué, cuándo o cómo no es sabido y casi irrelevante. Se hará cuando se pueda o cuando haya algo que contar; lo que se va a contar puede ser algo tan simple como un comentario de una noticia, una reflexión sobre algo que nos rodea o algo tan bizarro como una composición literaria, un fusilamiento de otro blog (sin que se note mucho...); y el cómo oscilará entre una parrafada, no aseguramos si infumable o no, imágenes downloadeadas o vídeos que puedan ser interesantes. (El plural no es mayestático, significa a las diferentes personalidades que darán forma al blog.)

Lo que sí está claro es que no hay ninguna predisposición, no hay un interés dirigido ni una idea preformada de cómo va a resultar esto. Sólo sabemos que ser será si puede ser. El resto ya veremos.

Y por ahora... debería ser bastante. No quiero agobiar el primer día. Sólo puedo invitar a sindicarse por RSS, abajo está el enlace, o por mail, la suscripción en la barra de la izquierda. Twitter y Facebook para compartir y mi perfil de twitter para seguir.

Y como diría nuestro amigo y vecino Spock: "Próspera y larga vida al blog".