Aviso

Las entradas de este blog que no fueran relatos han sido movidas a mi otro blog. Fantasmas de Plutón queda entonces sólo como blog para la creación literaria.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Ellos

Era de noche, era tarde. Él llevaba tiempo delante de la ventana, mirando. La ventana de ella estaba un poco más alta, en el edificio de enfrente, con la luz apagada. Él tampoco la  había encendido, no quería que su silueta recortada lo delatara. Bajó la vista a la calle, la poca gente que había a la vista corría bajo la lluvia. Cerca, un gato mojado, desafiante, le devolvía la mirada.

Ella miraba hacia abajo por la ventana, la ventana de él estaba un par de pisos por debajo, al otro lado de la calle. Hace un momento había visto luz, ahora estaba apagada. Seguramente estaría ya durmiendo, sin saber que ella estaba ahora mismo pensando en él, impaciente por verlo, por atisbar una sombra asomándose por la ventana. Se apoyó en el marco y tocó el cristal, estaba frío y le dolía. Le dolía porque probablemente sería lo más cerca que estaría de él.

Él estaba ya a punto de irse a la cama, abatido, hoy no la vería. Pero, de pronto, una sombra blanca, ¡un movimiento fugaz en la ventana! ¿Sería ella? ¿Estaba allí? Miró, pegándose al cristal, deseó abrir la ventana, gritar su nombre y saltar, saltar para llegar a ella y abrazarla, tenerla en sus brazos.

Ella se dirigió a la cama, no vio el movimiento en la ventana de él. Se desvistió y alargó la mano para coger el pijama. Se paró. Miró de reojo. No había llegado a encender la luz pero vio una sombra moverse tras ella. Se giró lentamente... Estaba delante de la ventana, no le veía la cara, pero sabía que era él. Jadeaba, no se atrevía a moverse. Él tampoco se movía. Se miraron. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando él empezó a moverse, lentamente, luego más rápido.

Él estaba aturdido, no esperaba encontrársela delante, y mucho menos así, desnuda, él mismo no llevaba mucha más  ropa, apenas el pantalón del pijama y una camiseta raída. Ella lo miraba fijamente, a la cara, parecía sorprendida, casi asustada, pero un destello en su mirada le dijo que lo esperaba, que debía estar allí porque ella lo quería así. Adelantó un pie, ella no se movió, luego el otro, la respiración de ella era más intensa, no podía contenerse, corrió, casi voló y se abrazaron.

A ella le temblaron las piernas cuando él se le abrazó y empezó a besarla. Lo abrazó aún más fuerte, lo acariciaba tan fuerte que casi le dolía, le alborotó el pelo, apretó su cara contra la de él, abrió la boca, no dejaba de jadear, la lengua de él no dejaba de entrar y salir de su boca, ella empezó a besarle la cara, nada importaba ya, oscuridad y luz pasaba ante sus ojos que no veían nada. Él se apartó, se quitó la camiseta y la abrazó de nuevo, ahora besaba su cuello, lo lamía, ella abrazaba su cabeza, lo deseaba.

Se besaron de nuevo en los labios, él la cogió en volandas y la tumbó sobre la cama. Seguía besándola mientras una de sus manos empezó a acariciar su cuerpo, lo hizo suavemente, hasta acariciar uno de sus pechos, entonces su lengua empezó a recorrerle el cuello, siguiendo todos y cada uno de los puntos que hacían que ella se arqueara completamente. Pronto la cálida humedad empezó a recorrer el pecho que quedaba libre, llegó al pezón, succionando suavemente. Ella lo miró, abrió la boca y lo atrajo de nuevo hacia sí. Mientras la mano de él abandonó el pecho que mantenía en su palma y bajó por el abdomen, lo hizo sin prisa, con la punta de los dedos. Llegó a su ingle, y la recorrió, bajó por el muslo, subió y volvió a bajar, ella separó un poco las piernas para que él pudiera entrar. Su mano se perdió en la cálida oscuridad dentro de ella. Con destreza consiguió que ella dejara de besarlo, jadeaba más y ya era ciega de deseo, sentía su propia humedad mojando la mano de él y resbalando por sus muslos. Casi no notó que él se ocupaba de nuevo por su cuello, bajó, besando, lamiendo, mordiendo. Se entretuvo de nuevo en sus pezones, ahora los mordisqueó, primero uno, luego el otro... besó y lamió en el valle entre los pechos y recorrió el sinuoso camino que los separaba de su entrepierna. Besó su ingle y se impregnó del aroma del sexo desbocado, ella no podía dejar de moverse, miraba sin ver y quería más sin querer tener más. Deseaba llegar pero no abandonar el camino, él besó su vello, bajó y encontró entre su humedad ése puntito que a ella la elevó a un nuevo estado de lujuria, quería apartarlo y que no se fuera. Lamió y sorbió, mordisqueó y jugó hasta que ella dejó de moverse, tensa, aguantando la respiración, un segundo, dos, y se desinfló con un suspiro, había alcanzado el clímax, estaba extenuada, pero quería más. Lo atrajo de nuevo hacia sí, pero no o besó, lo empujo para que él quedara sobre la cama, tumbado, le sujetó las manos indicándole con la mirada que no las moviera, no deseaba que se moviera. Lo besó ella, también el cuello, el pecho, no podía esperar, bajó, un pequeño receso en el ombligo y una parada ante el pantalón. Aún llevaba el pantalón del pijama, bajo él era evidente la enorme erección de la que ella tenía gran parte de culpa. Movimiento rápido, pantalón en los tobillos y la lengua subiendo por las piernas, se haría de rogar.

Él jadeaba, le costaba respirar. Miraba a sus piernas y la veía lejos, le estaba haciendo sufrir, hasta que ella levantó la vista lo miró a él y luego al resultado de su excitación, y abrió la boca. Él se dejó caer, la suave y caliente boca de ella lo envolvió, llegó hasta la base y volvió a subir dejando una excitante humedad en su recorrido mientras la lengua, juguetona, le excitaba diestramente el glande. Ella lo agarró con la mano acompañando los movimientos de cabeza, lo miró mientras la punta de su lengua recorría el extremo más sensible de su excitación. Vio lujuria en sus ojos, vio deseo. La agarró y la giró.

Ahora estaba ella contra la cama y él el que se ponía encima, la besó apagando el gemido que ella hizo cuando la penetró. Se sintió llena, excitada y ciega de pasión. Cerró las piernas en torno a él. Lo quería dentro, sin moverse, pero deseaba que entrara y saliera, fuerte, golpeando su cuerpo contra el suyo. Golpeando con cada embestida al responsable de que ella ahora sólo distinguiera destellos de luz. Se abrazaron fuerte, ella gemía, él gruñía y los dos tenían prisa.

Aceleraron, cada vez más fuerte, hasta que ella ahogó un grito en su garganta mientras él dejó salir el aire contenido con un gruñido que era más que un jadeo. Ella lo sintió inundarla, sintió la liberación, espasmos la recorrieron desde su bajo vientre hasta las puntas de los dedos de las manos y los pies. Él se apartó, salió dejando vacío aquello que ella quería mantener lleno...

Él abrió los ojos. El gato ya no estaba y había dejado de llover. Levantó la vista. La ventana de ella seguía oscura, no había nadie. Miró a la luna que observaba la ciudad en silencio. Resignado decidió que nunca podría estar con ella, debía conformarse con observarla en silencio. El gato volvió y lo miró con ojos amarillos, parecía desafiante, lo retaba a atreverse. Él cerró la cortina y se refugió en la oscuridad.

Ella miraba al techo ¿nunca hablaría con él? ¿Nunca podrían compartir un solo momento? Estiró el brazo y cogió la sábana que estaba a los pies, se tapó y se acurrucó, abrazó la almohada y lloró, en silencio.


Fantasma.

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